Brincar el muro, cruzar la frontera

“si hoy me agarran, mañana regreso”

El esfuerzo de un joven que va en búsqueda de un sueño para tener todo lo que ha querido. «Que no me falte ni dinero, ni comida, ni casa».

Samuel

Cada año, miles de adolescentes mexicanos son expulsados de sus comunidades y ciudades de origen por la desigualdad, la pobreza, la falta de empleo y el fracaso de la educación como motor de movilidad social. A menudo, la creciente violencia y la expansión de las actividades de los carteles del narcotráfico son las causas de la huida. La sociedad, las instituciones y las políticas públicas, que no contemplan la trascendencia de sus aportaciones a la vida social, económica y al desarrollo comunitario, los alientan a marcharse. Impelidos por necesidades apremiantes y por aspiraciones de un futuro distinto y otras posibilidades de vida, muchos adolescentes y jóvenes mexicanos habrán intentado cruzar la frontera, solos o acompañados, antes de alcanzar la mayoría de edad.

Se van del país, cansados de buscar alternativas que no llegan; dejan atrás empleos precarios que no les ofrecen posibilidades de mejorar sus condiciones de subsistencia o de ascender en la escala social. Muchos tienen ya hijos, otros tantos van en busca de sus padres o hermanos, que partieron hace muchos años y con quienes anhelan rencontrarse para recuperar a su familia. Son adolescentes conectados por medio de internet y las redes sociales, con los estándares de vida del sueño americano y las aspiraciones de consumo de la clase media global. Para ellas y ellos, la vida está en plena ebullición y la energía vital que los impulsa no cesa, no espera, no se detiene. 

Algunos, casi siempre varones, provienen de contextos signados por la marginación y la violencia. Otros provienen de barrios “bravos” o dominados por “la mafia”, donde se les recluta para traficar drogas y personas, una estrategia clave de los carteles del narcotráfico para trasegar droga a través de la frontera, a sabiendas de que, por ser menores de edad, serán liberados de inmediato en caso de ser detenidos y podrán volver a sus labores después de ser deportados. Algunos han cruzado varias veces la frontera llevando cargamentos de droga, coordinando su transporte y entrega, o bien guiando grupos de personas por el desierto. Fungen así como “brincadores” del muro, como “halcones” (vigías) o cumplen la función de cualquier otro de los múltiples eslabones de la compleja y bien articulada división de labores del tráfico de personas a través del muro. 

Para muchos adolescentes, trabajar como “burrero” —como se dice coloquialmente—, transportando cargamentos de droga, es una valiosa alternativa cuando no se tienen los recursos económicos suficientes para pagar un “coyote”. Esta actividad brinda la oportunidad de contar con el salvoconducto, la guía, el agua y la comida que los carteles les dan durante los días que dura el recorrido por el desierto. Algunos incluso reciben un pago al término del cruce y al entregar el cargamento. 

A continuación, se presenta un testimonio que muestra cómo la migración deja de ser un acontecimiento extraordinario y de ruptura con la vida cotidiana, cuando la persona lleva años imaginando la posibilidad de una vida distinta y ha intentado cruzar la frontera en múltiples ocasiones. Tirar pal’ norte, migrar, cruzar el desierto, pasar al “otro lado”, brincar el muro, atravesar la “línea” se vuelve el motor y el hilo de una nueva cotidianeidad. La deportación y los repetidos retornos a la comunidad de origen se convierten en parte del devenir y de la historia personal. Con la detención y la deportación, la realización del deseo de llegar al “otro lado” se torna más compleja, el camino se vuelve más largo y difícil de lo que se esperaba, pero no necesariamente se interrumpe. A veces, la deportación y el regreso a la comunidad de origen son oportunidades para volver a pensar la estrategia y hacerse de nuevos recursos. 

La historia de cheyo

“le he intentado cinco veces, pero a pesar de todo no me rindo”

Brincar el Muro

Hola, me llamo Cheyo, y soy del estado de Oaxaca. Mi historia empezó [cuando] yo tenía 15 años, cuando me vine a USA. Yo decidí venirme, aunque mis padres no querían. Me faltaban 6 días para terminar la escuela, pero yo me vine a la frontera de Reynosa. Yo le intenté por primera vez pero en mi intento fallé, me detuvo migración junto con mi primo y mi prima. Me deportaron y me mandaron al DIF de Reynosa río grande y aún así no me detuve. Yo le volví a intentar y ahora sí llegué al estado de Texas. Ahí estuve como 20 días y no me pasaban. Estaba con mis primos, pero a los dos días se fueron ellos y yo me quedé solo. Ellos pasaron y yo me quedé y a mi me volvieron a detener los migras y me volvieron a regresar. Por tercera vez le volví a intentar y a las tres veces me regresé a Oaxaca porque al cuarto intento me secuestraron en Reynosa, y para mi rescate pagaron nueve mil dólares. Me vine a Oaxaca, pero a los dos años le intenté en el Sásabe, me fui de burrero pero me volvió a agarrar migración. Me encerraron dos meses y me deportaron. Me regresé otra vez a Oaxaca pero volví a caer en el DIF y esperé mi traslado y me fui, y a los dos meses me volví a regresar y me fui otra vez de burrero. Pero al caminar 5 días nos quedamos sin agua y sin comida, yo ya no aguantaba. Me dejaron en el desierto, pero me amenazaron que era mejor que me muriera porque si no aquí en México lo iban a hacer. Me entregué a migración, me detuvieron y otra vez me deportaron. Llevo 5 intentos y no puedo llegar, pero yo seguiré hasta pasar. 

Mis paisanos Oaxacos: no se rajen, somos muy fuertes. Ánimo, que la vida sigue. ¡Arriba Oaxaca! Mi historia es real. ¡Ánimo mis paisanos!

A lo largo de la última década, la cifra de menores de edad mexicanos no acompañados (es decir, que migran sin la compañía de una persona adulta que pueda comprobar un vínculo familiar directo). detenidos en la frontera entre México y Estados Unidos por la Border Patrol, ha sido tan alta como la de niñas, niños y adolescentes provenientes de los países del llamado triángulo norte de Centroamérica (El Salvador, Honduras y Guatemala). Sin embargo, un análisis más a fondo revela que, en el caso de los adolescentes mexicanos no acompañados, preponderantemente varones, sólo el 24% ha sido detenido por primera vez (1), mientras que el resto ha sido detenido en múltiples ocasiones, incluyendo un 15% que ha sido aprehendido cuando menos seis veces cruzando la frontera. 

La cercanía geográfica y cultural con la migración hacia Estados Unidos determina que el intento de cruzar múltiples veces la frontera sea más “sencillo”, o más atractivo, para los adolescentes mexicanos. Pero no es éste el único factor que explica la gran cantidad de deportaciones que han vivido. A esto se suma una ley, aprobada en 2008 en Estados Unidos, para impedir el tráfico de personas y un acuerdo bilateral firmado con México que otorga un tratamiento diferenciado a los mexicanos, a quienes se retorna tan sólo unas horas después de haber sido detenidos y, muchas veces, sin que se activen los mecanismos que permitirían identificar si son víctimas de reclutamiento forzado o de tráfico de personas. El resultado es que a 95% de los menores de edad mexicanos no acompañados se le deporta inmediatamente después de su detención. Según cifras de 2014, alrededor de 97% eran adolescentes y de éstos, sólo 8% eran mujeres. (2)

La rapidez del procedimiento, la negligencia y la violación al debido proceso por las autoridades migratorias de Estados Unidos durante la detención y la deportación han significado que miles de adolescentes reclutados por el narco, y forzados a traficar drogas o personas a través de la frontera, no puedan denunciar su situación o solicitar protección internacional en Estados Unidos. Del lado mexicano, la escasez de investigación sobre el tema y la falta de atención de las instituciones especializadas en la protección a niñas, niños y adolescentes, han tenido como consecuencia que el problema quede invisibilizado y siga ocurriendo. 

Dos terceras partes de los adolescentes mexicanos no acompañados detenidos en la frontera con Estados Unidos son originarios de estados fronterizos, principalmente Sonora y Tamaulipas; de los estados del sur de México con los mayores índices de pobreza: Oaxaca, Chiapas y Guerrero; así como de aquéllos con mayor presencia de los carteles del narcotráfico: Michoacán, Sinaloa y Veracruz. 

Como dice la canción de los tigres del norte: «si hoy me agarran, mañana regreso, y si me atrapan, pasado estaré de regreso».

Cheyo

Algunas veces, ser detenidos en la frontera y retornados a las comunidades de origen les permite a los adolescentes construir relaciones y estrategias que, lejos de interrumpir o truncar el tránsito hacia Estados Unidos, abre la posibilidad de continuarlo por nuevas rutas. Durante sus estancias en las “hieleras” de la Border Patrol y en los albergues gubernamentales donde son resguardados en México después de la deportación, las y los adolescentes originarios del centro y sur del país se encuentran entre sí y con sus compañeros del norte, y construyen lazos de amistad, solidaridad, intercambio y negociación que les permiten intentar, nuevamente, cruzar la frontera. Intercambian consejos, estrategias y saberes sobre la migración y el cruce fronterizo. Establecen acuerdos de solidaridad, para ayudarse una vez terminada la detención o el resguardo, y acuerdos económicos, para que los más experimentados funjan como guías o “coyotes” de quienes quieran volver a intentarlo. Estos encuentros permiten que, aquellos que carecen de un conocimiento experto, modifiquen sus estrategias para planear nuevos intentos de cruce basados en los lazos de apoyo, intercambio y negociación que construyen con otros durante el trayecto. 

La detención migratoria, el resguardo, la deportación, el retorno y otros procesos que impiden, truncan y entorpecen el viaje hacia “el norte” son también escenarios para reimaginarlo, para volver a trazar el camino e intentar nuevamente cruzar. El muro fronterizo se yergue algunas veces como dificultad infranqueable; otras es un obstáculo que se supera sin demasiada dificultad, cuando se tiene la ayuda y la guía correctas. 

Las imágenes que aquí presentamos son una serie de intervenciones que un grupo de adolescentes mexicanos, deportados por la Border Patrol, plasmaron sobre fotografías del muro durante su estancia en un albergue gubernamental en el noroeste de México. Fueron creadas durante un taller para discutir los significados y efectos de la frontera sobre su vida y sus decisiones de migrar. El grupo estaba compuesto exclusivamente por varones, de edades entre los 15 y 17 años, provenientes del sur de México y de los estados fronterizos.

Sobre los paisajes “vacíos” de la frontera, ellos imprimieron sus experiencias, reclamos, miedos y aquello que les da fuerza para seguir adelante. Mientras algunas imágenes muestran el peso de la frustración por el intento fallido de cruzar, otras revelan la persistencia de su anhelo y voluntad por llegar “al otro lado”. Algunos vivieron experiencias traumáticas porque su vida estuvo en peligro durante el cruce, o fueron reclutados de manera forzada para traficar drogas a través de la frontera. Mientras unos abogan por la libertad de tránsito y su derecho a buscar una vida mejor, otros dibujaron y describieron en detalle la tecnología de vigilancia fronteriza y las elaboradas estrategias que los “coyotes” usan hoy en día para evadir el muro y transitar por el desierto sin ser detectados. Otros más revelan su enojo por el racismo, la xenofobia y la exclusión que el muro representa frente a su sueño de cruzar la frontera. Con sus experiencias únicas y singulares, hacen del límite fronterizo un paisaje habitado por historias y recuerdos que cada día se reescriben con la llegada de nuevos adolescentes y jóvenes que buscan la oportunidad de cruzar. En cada caso, el muro se convierte en el telón y símbolo que permite visibilizar, expresar y materializar la consternación, la indignación o la rabia por un sistema fronterizo que se interpone entre ellas y ellos, y la posibilidad de conseguir una vida “mejor”.

El cruce de Javier

“Dios ya me puso aquí y ya está en mí aprovechar lo que venga”.

Javier es un joven indígena originario del estado de Guerrero. Hace casi dos años tuvo que dejar su pueblo después de haber sido secuestrado y extorsionado por autoridades policiales corruptas, de sufrir el secuestro de su sobrino menor de edad, el asesinato de uno de sus vecinos y de atestiguar la escalada de violencia en su barrio. Javier tomó la decisión de irse a Estados Unidos no sólo para huir de la violencia y las amenazas, sino también con la finalidad de reunir lo más pronto posible los medios económicos que le permitirían sacar a su familia de aquel contexto. 

Su testimonio nos permite comprender la serie de cambios que se han dado a lo largo de varias generaciones en las estrategias de cruce y de “coyotaje” a través de la frontera. La generación de los abuelos de Javier emigró desde su pueblo, ubicado en las montañas del sur de México, acompañados por un guía que pertenecía a su misma comunidad indígena, entrenado tras múltiples experiencias de cruce, forjado con el saber empírico y el entrenamiento físico del campesino que sabe caminar y orientarse en los parajes más difíciles. Años después, la generación de sus padres emigró gracias a una red amplificada de coyotes o guías que funcionaban todavía principalmente en el marco de relaciones comunitarias, lazos familiares y vínculos de honor que establecían la confianza necesaria para un recorrido sobre el cual el conocimiento y la experiencia directa eran todavía limitados. Permitían depositar la confianza en una sola persona que compartía el idioma nativo y los mismos códigos de honorabilidad y que, al mismo tiempo, tenía los contactos necesarios del otro lado de la frontera, que garantizaban llegar hasta el lugar de destino en Estados Unidos. 

Actualmente, la generación de Javier migra de manera muy distinta. Sus integrantes dominan el español mucho mejor que las generaciones anteriores, conocen perfectamente la tecnología de los smartphones, se informan, aconsejan y acompañan a través de las redes sociales y saben guiarse con aplicaciones de georreferenciación, que les permiten desenvolverse en un mundo que resultaba intimidante y desconocido para sus predecesores. Los jóvenes como él ya no necesitan un guía que los acompañe desde la puerta de sus comunidades remotas; conocen las rutas de transporte que los llevan hasta la frontera y hasta allí llegan por su propia cuenta con la instrucción de trasladarse al hotel donde deberán esperar a que los contacten. 

 Sí se me hizo muy difícil cruzar. Pero ora sí que Dios me puso aquí y ya está en mí aprovechar lo que venga.

Javier

Si antes las personas dependían de un solo coyote que les acompañara durante todo el trayecto, ahora los jóvenes como Javier cruzan guiados por una serie de personas organizadas en una ágil y eficiente división de labores. Con muchas de ellas ni siquiera tendrá contacto físico y sólo recibirá instrucciones vía WhatsApp o llamada telefónica. La mayoría de las transacciones son anónimas, impersonales, breves y totalmente orientadas a la tarea o la etapa del trayecto que debe completarse. Hoy en día, el trabajo de los guías originarios de su pueblo ya no se desempeña con los preceptos y la vigilancia de la comunidad de origen, sino bajo la guardia y las instrucciones de la “mafia” o los carteles del narcotráfico. Las estrategias de cruce fronterizo que operan en la actualidad muestran una impresionante especialización y división de labores; son reflejo y consecuencia tanto del florecimiento de una imponente economía basada en el tráfico de personas, como de los efectos de la creciente militarización e hipervigilancia de la frontera, y la avanzada penetración de los carteles, que vigilan, controlan y dirigen cada una de las etapas del trayecto. 

Además de permitirnos entender este contexto y sus transformaciones, el testimonio de Javier da cuenta de una experiencia personal de cruce fronterizo sumamente ardua y que es vivida como un “rito de paso”. Es decir, como la superación de una prueba extremadamente difícil que, de lograrlo, le permite acceder a una nueva etapa y a oportunidades en Estados Unidos. Esta nueva vida, aunque transcurre en la “ilegalidad”, sucede también en un contexto sin violencia y amenazas para él y su familia. 

Hoy Javier vive en el sur de Estados Unidos y trabaja en una fábrica de autopartes siete días a la semana, en turnos que duran entre doce y quince horas. No tiene derecho a ningún día de descanso ni a vacaciones, y el pago que recibe por cada hora trabajada es menor al salario de los ciudadanos estadounidenses que allí trabajan y, más bajo de lo que estipula la ley, pero su condición migratoria le impide reclamar cualquier derecho laboral. Para ir a trabajar, Javier tiene que despertarse a las 4 de la mañana y manejar durante casi una hora para llegar a la fábrica antes del inicio de la jornada. Cuando imagina su futuro, sueña en un día poder regresar a su pueblo de origen en México y construirse una casita, “aunque sea sencilla”, tener su propio negocio y poder mantener a su familia. Pero también sabe que si las condiciones en México no mejoran y las políticas migratorias se endurecen, el retorno puede aplazarse durante décadas.

Como dice la canción de los tigres del norte: si hoy me agarran, mañana regreso. Y si me atrapan, pasado estaré de regreso. No temas donde vayas, que has de morir donde debes.   Atrás: Hola, yo me llamo “cheyo”, soy del estado de Oaxaca. Yo me vine para ayudar a mi familia, he sufrido mucho. Le he intentado cinco veces, pero a pesar de todo no me rindo. Me han secuestrado una vez, pero no me rindo, yo sé que soy más fuerte. Mi historia es verdad. ¡Ánimo, que la vida sigue!

Mi guía, la persona que le dicen “coyote”, él es de mi pueblo, pero ahora trabaja con ellos, los de la mafia. Ahorita ya no trabajan como antes; anteriormente el coyote que te traía de tu pueblo, él te cruzaba la frontera y te llevaba con tu familia. En cambio, ahora no. Ahora me vine solo desde mi pueblo hasta la frontera. 

Ahora todo es por teléfono, el cruce, todo. Para pagarles ya no le pagas a una persona, les depositas en el Oxxo. Llegando a la frontera lo que piden son mil dólares para estar en el hotel y [para que] te recojan y te cruzan [sic]. Pero ya te los van descontando de lo que te dijeron que te van a cobrar [en total]. Una vez que cruces y ya estás adentro, ahí en la frontera donde te levantan, ya pagas otros mil, pero eso lo paga tu familiar para que de ahí ya te manden a Phoenix. De Phoenix ya casi pagaron todo, ya nomás dejan una última parte, como 700 dólares, hasta que estás en tu casa. Ahora sí que estás pagando el raite [transporte] hasta donde vas. 

Antes los guías te venían a traer hasta tu pueblo, ellos te traían hasta la frontera y ese mismo coyote te cruzaba. Él era tu guía todo el tiempo. Igual llegando a Phoenix él llegaba contigo y repartía a toda la gente. Pero ahora ya no conoces a nadie de los que te guían. Ellos sólo te van diciendo por teléfono. [El primer coyote] habla con los que te van a cruzar. Pero los que te cruzan no es nomás uno, son varios. Porque antes el [mismo] coyote te cruzaba, pero en cambio ahora ya te meten solo, y ya nomás te van guiando por teléfono.

Los migrantes que lograron cruzar están ayudando a los que apenas vienen entrando para que también logren pasar mucho más fácil. Mi experiencia fue el saber lo que es Estados Unidos, el no poder cruzar. Pero el intento se hizo. Pero por un lado está bien, yo sólo quería conocer y pues ahora sólo quiero ir a mi lugar de origen y nunca jamás volver a USA.

Para cruzar por Naco y Bisbee hay dos rutas, una hacia arriba y otra hacia abajo. La de hacia arriba tiene que ser más rápida, porque no hay árboles, está todo pelón, y si te llegaban a ver, seguramente te agarran. En cambio, del otro lado, la otra ruta, sí hay donde esconderse y todo. Y así nos van guiando, con el puro celular, o sea te enseñan una casa adonde vas a llegar. 

Desde que estás en el muro te dicen: “Allí está la casa donde te vas a esconder”. Con binoculares te la enseñan. Pero los que te cruzan no es nomás uno. ¡Son muchos! Uno es el que va contigo y te sube al muro, y los otros se quedan para checar las cámaras. Porque ahí donde cruzamos hay una montaña, ya en el territorio de Estados Unidos, y allí [en la montaña] hay una cámara, y ésa es la que ve todo pues, abajo. En el muro hay cámaras y aparatos de voz, y los que van hasta arriba, ellos son los que cuidan las cámaras, porque también hay otra montaña de este lado con cámaras que ven todo, hasta abajo. [Los coyotes] están subidos en el cerro cuidando la cámara, ya ellos ven la cámara de abajo y van checando, porque la cámara se mueve, va dando vueltas, y ya cuando la cámara voltea de un lado donde no estamos, ahí es cuando nos dicen que subamos el muro. Ya una vez bajando el muro del otro lado te echas a correr. No debes tardar mucho, hay que brincar rápido. Ellos cargan la escalera y todo, y ya te subes. 

La primera vez fue un poco peligroso porque por poco me iba a caer. Los tubos del muro llegan muy alto, no sé cuántos metros son, pero luego de los tubos le ponen un pedazo de lámina y sí estaba bien alto, mi mano no llegaba, y pues ahí no podía uno bajarse bien porque si te sueltas no tienes de donde agarrarte, porque la lámina está lisa. Yo sí me iba a caer. De hecho, una señora se cayó y se fracturó. Ya estaba así cuando nosotros llegamos, ahí en el hotel estaba. Dicen que no la aguantaron o la soltaron, porque del otro lado te amarran para bajar. Para subir te ponen una escalera y para bajar del otro lado ya te bajas por los tubos, te amarran y te sueltan en lo que tu te agarras del tubo. Todo tiene que ser rápido, en lo que voltea la cámara y regresa otra vez. Normalmente nos cruzan en la madrugada, entre las cuatro o cinco de la madrugada. Porque ellos ya saben todo cómo está, a qué hora se cambian los que están ahí vigilando la línea. 

Entonces, el que te sube, ya hasta ahí se quedó. Ellos nomás se encargan de subirte y de guiarte hasta que llegues adonde te van a levantar. Ellos te enseñan la casa y te van diciendo con el celular, pero no van contigo corriendo. Ellos mismos nos dan un teléfono y por ahí te hablan. Porque ya bajando el muro tienes que correr como unos veinte metros o más, ya para que luego empieces a caminar con tus pasos. Primero hay que correr bien rápido por la cámara y [porque] ahí están los alambres que tienen el sensor que, si lo tocas, se activa. Ahí [al lado] está la carretera donde pasa la patrulla de la migración y ahí, en la orillita, están todos los alambres, así como una malla, y esos los tienes que brincar y tienen sensores.  

Yo sólo puedo decir que se cuiden mucho al pasar porque arriesgan mucho su vida. Sufren frío, hambre, calor, sed.  Libertad. No al racismo No más muertos No más vigilancia Quitar el muro.

Una vez que ya pases eso, te echas a correr, porque sí se activan y más adelante también hay más. Por eso ellos [los coyotes] decían: cualquier alambre no lo toquen, traten de cruzarlo sin tocarlo, por eso pasamos por abajo, porque sí está levantado por acá, más o menos, [señala una altura como a 20 centímetros del suelo] y así pasamos por abajo. Pero de todas formas sí se activó, porque también traemos mochila, ¡y más con la prisa que lleva uno, desesperado, pues, de pasar! 

La primera vez que intentamos, sí llegó la patrulla, porque primero metieron a uno [de nosotros], pero la migración vio que entró y lo siguieron, ya no lo alcanzaron. [Los demás] esperamos como unos 30 minutos, y ya nos metieron a nosotros, pero ora sí que nosotros nos los fuimos a topar más adelante. Porque la migración no se fue, allí estaban buscando, buscando. Ya cuando nosotros llegamos, pues ahí nos encontramos con ellos. Ya de ahí estuvimos un día o dos días en la hielera, nos sacaron a Nogales y otra vez nos venimos para Naco. Cuando pasa eso, el coyote no te vuelve a cobrar, no sé cuántas chances te dan. Cuando vas llegando pagas mil, ya con eso tienes, no sé, como unas cinco oportunidades. 

La segunda vez que lo intenté, pues me subieron [al muro] en otro lado. Ahí estaba más alto el muro, pero son puros tubos, ya no tiene la lámina. Ahí otra vez echan la escalera. Eso fue como a las nueve de la mañana y hacía un buen de frío. De hecho, la cámara vio dónde estábamos, porque llegó la patrulla. Ahí estuvimos tirados como una hora, dos horas, escondidos ahí, pues, todavía del lado de México, porque la patrulla estaba del otro lado y no se iba. La cámara nos vio y avisaron, y ya llegó la patrulla allí. Ya estuvimos esperando. No sé si los de la migración se duermen o se distraen, pero ya nosotros nos fuimos un poquito más allá, como cien metros atrás, y ahí me subieron [al muro].

Ya estando yo en el muro, la patrulla estaba cerca. Me dijeron: 

— ¡Te bajas y te echas a correr rápido! 

Pero allá no hay nada de árboles donde te puedes esconder. Entré yo, y como unos veinte minutos [después] empezó a andar un helicóptero porque abajo, del otro lado, donde nos cruzan, habían agarrado a uno. Yo ya estaba [adentro] y ellos me decían:

—¡Tírate, porque ya viene el helicóptero!—. Y pues ahí había unos arbolitos, ya todos secos, y ahí me escondí. Yo venía solito, con el celular nomás. 

Gracias a Dios, porque el helicóptero pasaba encima de mí y no me veía. Y es que también nos ponen camuflaje, como las playeras de los militares, y nos ponen unas pantuflas para que no dejemos rastro. Eso fue lo que me retrasó más, que ahí andaba el helicóptero. Tardé como ocho horas en llegar, porque ya me levantaron como a las 5 de la tarde y yo entré a las nueve de la mañana. Muy poco a poco me iba yo adelantando. Había una carretera ahí cerca y me dijeron [por celular]: 

—Pásate por abajo del puente. Ahorita no hay carro, crúzate. 

Y ahí me fui, me fui caminando, pero sí estaba lejos. Ya cuando llegué, me encontré con un coyote, pero no la persona, el animal. Sí me dio miedo al verlo. Nomás nos quedamos mirando y, luego de un rato, se fue. Se parece como a un [perro] pastor alemán. 

Luego seguí y ellos me iban diciendo: 

—Ahora, avánzale— Y yo caminaba.

Luego: 

—No, ya no, ya viene el helicóptero, ya tírate otra vez. 

Ahí estuve tirado esperando como una hora, dos horas. El helicóptero no venía adonde yo estaba, pero andaba por ahí por la frontera, en el muro, y para que no viera movimiento me dijeron: 

—Espérate. Y ahí esperé.

Después pude seguir caminando. Cuando ya llegué al pueblo, a la orilla del pueblo: 

—Ahí espérate, va a llegar una camioneta así y así, y te vas a subir. 

Todo ese tiempo nomás con el puro celular, no me llevaba nadie. Yo iba caminando y ahí a lo lejos sí se veía el pueblo, porque está ahí, se ve a lo lejos. Tardé mucho tiempo, porque avanzaba poquito y ya me tenía que tirar de nuevo y esconderme. Hubo un rato que sí me entró la desesperación y le hablé a mi esposa [en México], y le dije: 

—Ya pasó mucho tiempo y ya nomás estoy aquí tirado, ya no me han vuelto a llamar. 

Ya estaba yo empezando a desesperarme, me estaban dando ganas de regresar, Pero ella me decía: 

—No te desesperes. Aguántate, ahorita ya te van a hablar. 

Y al mismo tiempo que yo le llamaba, a ella ya le habían hablado para decirle que yo ya estaba en un lugar seguro, para que ella tampoco se desesperara de lo mucho que estaba tardando.

Ya por fin pude seguir caminado y llegué ahí adonde me iban a levantar, y ya me dijeron: 

—Ya está ahí el carro que va a llegar por ti. ¿Ya lo viste?

—Sí, sí, ya lo vi. Venía a lo lejos.

—Cuando pase tienes que salir, porque si el carro se te pasa no va a regresar por ti.

—Está bien— les dije.

No más muros

 

Ya llegué ahí al lado de una carretera, me escondí entre los arbustos y ya pasó la camioneta por mí. Era una señora americana. Me subí y me llevó a la casa donde iba yo a estar. Ahí, en esa casa, estuve como dos días. Es ahí cerca de la frontera. Ahí estuve hasta que pagaron por mí y de ahí me llevaron a Phoenix. Para poder seguir tienes que esperar a que paguen por ti, y también esperas a que ellos chequen en el camino si hay retén o no.

Ya de ahí me recogieron y me llevaron a mí solito a Phoenix. Llegué donde estaban los demás [personas migrantes], ahí nos reunimos todos, en una casa. Sólo que ahí no había donde dormir, nos dormíamos en el suelo y hacía mucho frío. Era diciembre. Allí estuve como dos o tres días. Había como unas treinta o cuarenta personas. Ahí nos preparaban la comida y nos tocaba de poco a poco a todos. Esa casa estaba en la mera ciudad, era como un barrio, como aquí. Era como un pueblo normal, había casas, había todo. La gente no sospecha porque siempre llegamos de noche, aunque te bajan del coche afuera, ahí normal. Ya llegamos en la noche y nos metieron a la casa.

Ahí [en Phoenix] hay que dar otra vez otro pago; ahí es donde ya ellos reciben todo. Mi hermano mandó mil a la frontera, cruzando la frontera, otros mil o dos mil, y ya en Phoenix recibieron cuatro o cinco mil más. Ya de ahí nomás quedaban los setecientos dólares para llegar hasta aquí, porque me iban a cobrar mil quinientos, pero no.

Cuando estaba en Phoenix ya era como el 20 de diciembre y la persona que me iba a llevar dijo que ya no quería trabajar porque iba a estar con su familia, por eso buscó a un amigo. Cuando llegó esa persona, nos subieron al coche. Como no había carro que viniera para acá, yo me vine con los que iban a Nueva York. Dijeron que íbamos a ir hasta Nueva York y luego me iban a pasar a dejar a mí [en Tennessee]. Ya ahí íbamos contentos, pero por una parte también con miedo, porque no sabíamos lo que podía pasar. Luego me quedé dormido y ya cuando me desperté, el chofer estaba alucinando, decía cosas.

Según nos iba a dar de comer, pero no nos dio de comer. Así pasamos toda una noche y un día. Él venía manejando toda la noche y todo el día, y ya como a las siete o las ocho [del segundo día] nos llevó a comer. Habló con su jefe y se recuperó un poco. De ahí nos volvimos a subir [al coche] y veníamos tranquilos, pero luego otra vez empezó, como a las ocho o nueve de la noche, sin dormir, con pura cocaína. Empezó a decir cosas:

—¡Ustedes son los que están hablando ahorita [a la policía]! Bájense y vayan a decirles a los que están atrás que me dejen en paz, que a mi nomás me encargaron: “Ve y deja a esa gente”. Pero yo no sé lo que hacen aquí, en lo que trabajan.

Él era hispano, en español nos venía diciendo:

—Yo no sé nada, a mí nomás me dijeron “ve y deja a la gente”. Pero yo no trabajo con ellos, si me agarran yo voy a hablar todo.

Todos nos asustamos. Yo ya no quería ir con él, una muchacha que venía de Perú le empezó a decir que nos abriera la puerta para bajarnos. Nos bajamos los diez que íbamos, pero como vieron que había una patrulla por ahí cerca, algunos se asustaron y se volvieron a subir con él a la camioneta. Sólo algunos nos fuimos y nos metimos a un restaurante. Eso era el 23 de diciembre. Hacía mucho frío, salías a la calle y tu ropa se sentía como húmeda, ¡mucho frío! Entonces, los que venían conmigo llamaron a un amigo que tienen ahí cerca y él fue por nosotros, aunque no era coyote y nomás era una persona, nos cobró 200 dólares a cada uno por cada noche que nos quedamos en su casa.

Mi hermano llegó por mí en la madrugada, ya no supe de los demás, creo que también fueron por ellos. Gracias a Dios no nos tocó que nos pararan en el camino. Llegué el mero 24 de diciembre a las 12 de la noche a su casa de mi hermano. Su familia ya estaba preparando toda la Navidad. Sí se me hizo muy difícil cruzar. Pero ora sí que Dios me puso aquí y ya está en mí aprovechar lo que venga.

Los números detrás del muro

de mexicanos en estados Unidos (2016)

%

Son indocumentados

%

Han vivido ahí 10 o más años

Cambios en las dinámicas migratorias hacia estados unidos

En 2016 se calculaba que había alrededor de 12 millones de inmigrantes mexicanos viviendo en Estados Unidos, de los cuales el 45% vivían ahí sin documentos. De acuerdo con las estimaciones del Pew Research Center, México es el país con el mayor número de personas migrantes en Estados Unidos, representando el 26.6% del total de esta población.

Desde 2007, el número de mexicanos en condición indocumentada se ha reducido en más de un millón de personas. 

En 2016, 80% de los migrantes mexicanos no autorizados que estaban en Estados Unidos habían vivido ahí diez años o más, y sólo 8% había estado en el país durante cinco años o menos, lo cual muestra una intención de residencia de largo plazo.

Fuente (3)

Por qué es relevante 

La migración de millones de niñas, niños y adolescentes desde México y alrededor del mundo no es un problema de seguridad nacional, es el resultado de una crisis generalizada de violación de derechos humanos. Las niñas, niños y adolescentes mexicanos requieren que su derecho a migrar sea comprendido en base a sus necesidades, aspiraciones y anhelos presentes y futuros. Esto significa que las instituciones estatales que tradicionalmente brindan protección a la niñez en México evolucionen para generar nuevas prácticas, acciones de reconocimiento, espacios de atención y prácticas de cuidado. Ser niña, niño o adolescente migrante es una condición cada vez más común en nuestro país. La edificación de fronteras y muros que criminalizan y castigan su derecho a la movilidad son una amenaza a su vida, integridad y dignidad humana.

Cuál es la situación

En 2016 se calculaba que había alrededor de 12 millones de inmigrantes mexicanos viviendo en Estados Unidos, de los cuales el 45% vivían ahí sin documentos. De acuerdo con las estimaciones del Pew Research Center, México es el país con el mayor número de personas migrantes en Estados Unidos, representando el 26.6% del total de esta población.

Desde 2007, el número de mexicanos en condición indocumentada se ha reducido en más de un millón de personas. 

En 2016, 80% de los migrantes mexicanos no autorizados que estaban en Estados Unidos habían vivido ahí diez años o más, y sólo 8% había estado en el país durante cinco años o menos, lo cual muestra una intención de residencia de largo plazo. 

cómo puedes apoyar

Es muy importante informarse y visibilizar las causas que están expulsando a niñas, niños y adolescentes de sus hogares y comunidades de origen, ya sea solos o junto con sus familias: la desigualdad histórica, la falta de políticas de redistribución de la riqueza, el crimen organizado, los conflictos territoriales, el despojo de tierras y de recursos naturales, la falta de oportunidades de desarrollo que surjan de las necesidades y los ideales comunitarios, indígenas y campesinos.  

Es fundamental apoyar a las organizaciones de la sociedad civil y grupos de base que protegen a niñas, niños y adolescentes migrantes con donaciones, trabajo voluntario y difusión de sus actividades.

notas al pie

    1.  Ana González Barrera, Jens Manuel Krogstad y Mark Hugo Lopez, “Many Mexican child migrants caught multiple times at border”, FactTank News in the Numbers, Pew Research Center, 2014, http://www.pewresearch.org/fact-tank/2014/08/04/many-mexican-child-migrants-caught-multiple-times-at-border/

    2.  Idem. 

    3. Ana González-Barrera y Jens Manuel Krogstad, “What we know about illegal immigration from México”, FactTank News in the Numbers, Pew Research Center, 2019, http://www.pewresearch.org/fact-tank/2018/12/03/what-we-know-about-illegal-immigration-from-mexico/

    4. Ruth Igielnik y Jens Manuel Krogstad, “Where Refugees To The U.S. Come From”, FactTank News in the Numbers, Pew Research Center, 2017, http://www.pewresearch.org/fact-tank/2017/02/03/where-refugees-to-the-u-s-come-from/:

    5. Fuente: US Customs and Border Protection, U.S. Border Patrol Southwest Border Apprehensions by Sector FY2018, https://www.cbp.gov/newsroom/stats/usbp-sw-border-apprehensions

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