diversidad, violencia, pobreza

vidas en busca de ayuda

En los albergues no sólo se cubren necesidades básicas, también se obtiene información y asesoría legal sobre los trámites migratorios y en muchos de ellos se organizan actividades lúdicas o talleres de salud, derechos humanos u otros (Ana Luz Minera Castillo. Albergue “Hermanos en el Camino”, Ciudad Ixtepec, Oaxaca, México).

La migración de niñas, niños y adolescentes forzados a abandonar sus países en Centroamérica para llegar a Estados Unidos sucede desde hace más de 20 años. Pero fue hasta junio de 2014 cuando los medios de comunicación internacionales, en particular estadounidenses, dieron la voz de alarma luego de que el sistema inmigratorio de ese país entró en crisis ante la presencia de miles de menores de edad, (1) por lo que el entonces presidente, Barack Obama, declaró que se trataba de una “crisis humanitaria”. Así, entre 2014 y 2019, aunque las cifras de estos niños ha variado, siguen siendo alarmantes, de modo que el fenómeno constituye una realidad imposible de ignorar.

Muchos niños migrantes en algún momento de su tránsito por México se hospedan en albergues gubernamentales pero, sobre todo, en los que dirigen comunidades religiosas u organizaciones de la sociedad civil, los cuales se han multiplicado a raíz de la presencia de decenas de miles de extranjeros que se internan en condición irregular. Entre estas “Casas del migrante”, como también se les llama, destaca, en la frontera sur y el centro del país, las pertenecientes a la red “Hermanos en el Camino”, creada en 2007 por un sacerdote defensor de derechos humanos.

Por estos espacios de apoyo y acogida transitan niñas, niños y adolescentes de  diferentes nacionalidades y grupos étnicos, fundamentalmente centroamericanos, entre los que predominan mestizos, niños originarios de comunidades rurales, como Fernando, (2) salvadoreño de 12 años; también suele haber mestizos, indígenas mayas guatemaltecos, como Elder, de 10 años, perteneciente al grupo mam, además de k’iche’s y kaqchikeles, o hay descendientes de africanos como Wilmer, de 12 años, que proviene de los garífunas hondureños. Asimismo, desde Honduras emigran lencas o tawahkas, algunos de los cuales dominan altos niveles de inglés y francés, además del español; o nicaragüenses como Pedro, de 16 años y de origen misquito, otro de los colectivos de ascendencia afrocaribeña.

La diversidad de estos pequeños también se distingue por sus condiciones de desplazamiento, pues unos migran en familia, y a otros, de acuerdo con la terminología legal, se les define como “separados” (3) y “no acompañados” (4); estos últimos son los que se enfrentan a las peores situaciones de indefensión. Tal es el caso de Antonio, de 14 años, quien salió de Guatemala debido a la pobreza extrema (5) de su familia, orillándolo a abandonar la escuela y buscar trabajo más allá de las fronteras para ayudar a su madre y hermanos, de quienes tuvo que separarse.

Por lo regular, los motivos de la migración de niñas, niños y adolescentes, solos o acompañados, se interrelacionan. Por ejemplo, Victoria dejó El Salvador para escapar de la violencia doméstica, reunificarse con su padre en Estados Unidos y huir del acoso de las maras que la presionaban, a ella y a su hermana mayor, para incorporarse a la MS-13 (Mara Salvatrucha). “Siempre que nos veían en la calle nos acorralaban; quién sabe cómo consiguieron el teléfono de mi mamá y le comenzaron a mandar mensajes y a llamarla, amenazándola; también nos dejaban papeles bajo la puerta… como sentíamos mucho miedo, también por eso nos vinimos”. Victoria cuenta su historia de la siguiente manera:

Yo cuidé a mis hermanitos desde que tenía siete años, por eso mejor quise tener los míos, para cuidarlos con provecho, digamos. Mi primer bebé nació cuando yo tenía 13 años y ahora, mi segundo hijo, nació cuando ya tengo 15, pero son de diferente papá. En mi país tuve que trabajar cuidando niños y haciendo el quehacer en casas. Cuando me embaracé la primera vez tuve que salirme de la escuela, pero a mí no se me daba muy bien eso del estudio, sólo llegué hasta el primero básico (de Secundaria) y luego también por eso no sé hacer muchas cosas, por eso tengo que limpiar casas.

Al llegar a Ciudad Ixtepec, Oaxaca, Victoria, su madre y sus dos hermanas acudieron al albergue “Hermanos en el Camino”, donde se les permitió hospedarse. Allí pudieron comer, bañarse, descansar, recibir asesoría jurídica, apoyo espiritual y primeros auxilios médicos y psicológicos. “Yo venía con mis rodillas mal, con mucho dolor de tanto caminar y luego de pasar tantas horas en la misma posición, y aquí en el albergue me pasaron con una doctora; ella me dio una pastilla, una pomada para que me pusiera y una venda para que me amarrara las rodillas”.

Doña Consuelo, la madre de las niñas, participó en una charla informativa que integrantes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos ofrecieron en el albergue y entonces supo que podía regularizar su situación migratoria en México para así quedarse por lo menos un año y trabajar, reunir dinero y apoyar a su esposo con los gastos del viaje hacia Estados Unidos. Fue así que inició los trámites ante el Instituto Nacional de Migración, sin embargo, en Ixtepec el proceso es mucho más lento, motivo por el cual decidió seguir avanzando hacia la capital del país.

La meta consistía en llegar a otra de las sedes del albergue, ubicada en la Ciudad de México, y aunque lo lograron, su trayecto estuvo nuevamente rodeado de peligros y contratiempos. “Nos robaron en el tren, los policías, cada que nos encontraban, nos pedían dinero; también unos asaltantes nos robaron los celulares y nuestra ropa cuando ya no teníamos más dinero que dar. Por eso nos tardamos más de un mes en llegar a la capital, porque teníamos que detenernos para que mi mamá pudiera trabajar de algo o mi papá le pudiera mandar dinero”. 

Los peligros del tránsito migrante por México no respetan condición, género ni edad, pero los niños y adolescentes son más propensos a convertirse en víctimas, pues son más indefensos debido a las condiciones de desarrollo físico y psicológico propias de su minoría de edad. Entre las amenazas más mencionadas están: enfermedades, accidentes, violaciones sexuales, robos, trata de personas, incorporación forzada a redes criminales, explotación laboral o sexual, xenofobia, agresiones (físicas y verbales), discriminación, extorsiones y violaciones a los derechos humanos; también existe el tráfico de órganos, que por tratarse de redes más organizadas y peligrosas, dificulta el acceso a fuentes de información y el registro de cifras precisas.

Otra realidad presente entre los adolescentes centroamericanos es que, a su corta edad, muchos ya son padres, por lo que sus necesidades y circunstancias de vida son distintas. En América Central es común que niños o adolescentes se hagan cargo, a temprana edad, de funciones y compromisos propios de adultos. Por ejemplo, muchas niñas quedan al cuidado de hermanos menores y ven interrumpida abruptamente su infancia al asumir responsabilidades que no les corresponden, por lo que con frecuencia pronto contraen matrimonio o se embarazan, como le ocurrió a Yoselín, hondureña de 15 años procedente del departamento de Atlántida.

El viaje de nosotras fue bien difícil porque no conocíamos nada, y muy cansado porque teníamos que caminar mucho, demasiado. Tomamos muchos buses, primero uno a un pueblo de Guatemala, luego otro para la capital y luego otro para la frontera con México. Ya de ahí, en Tecún Umán pagamos una balsa para que nos cruzara un río, luego caminamos y caminamos como tres días, dormíamos en el monte y comíamos jugos y galletas. Después nos subimos al tren, eso fue lo más horrible porque como ya no cabíamos, unos señores nos dieron su lugar y nos fuimos paradas más de 12 horas entre un vagón y otro, pero sólo había unos fierritos cruzados y se veía hacia abajo bien feo la llanta del tren. Teníamos que cuidarnos entre nosotras para que ninguna se durmiera, y así, hasta que por fin llegamos a Ixtepec

Victoria, salvadoreña, 12 años.

Yoselín y el papá de su hijo salieron de Honduras con los dos niños huyendo de la pobreza, la falta de oportunidades y la situación de inestabilidad social incrementada desde finales de 2017, luego de que Juan Orlando Hernández fuera declarado ganador de las elecciones presidenciales, respaldado por el gobierno de Estados Unidos. A partir de este acontecimiento, en San Pedro Sula comenzaron a organizarse grupos de migrantes en caravanas, con la intención de escapar de los disturbios y buscar en el norte mejores condiciones de vida. Aunque esta familia hondureña no migró como parte de alguna caravana, sí abandonó su país por los mismos motivos y llegó a México a base de “rides” y largas caminatas.

En la actualidad, Yoselín, su esposo y sus hijos esperan que su solicitud de refugio en México sea aceptada. Mientras tanto, viven en el albergue, él trabaja como ayudante de albañil y ella ayuda a atender una tienda de abarrotes.

Los embarazos en adolescentes menores de 15 años aumentan debido a factores como la mala información, la falta de educación sexual y de acceso a la salud, o a la cultura de dominación masculina, entre otros. Mediante la experiencia en los albergues se ha corroborado que, con frecuencia, las madres centroamericanas tienen su primer hijo siendo casi unas niñas, y suelen ser abandonadas por sus parejas debido, entre otras, causas, a la inmadurez o el miedo a adquirir responsabilidades ‒cuando los padres también son adolescentes‒ y como consecuencia de un sistema patriarcal y machista que con facilidad ejerce violencia contra las mujeres; por ello es común que una mujer pueda tener hijos de padres distintos. 

“Acá en el DIF nos ha tocado atender varios partos adolescentes. Yo pienso que está mal que aun siendo niñas se conviertan en madres, porque por eso luego ni pelan [sic] a sus hijos, ahí los traen como animalitos, sucios, a la buena de Dios y todos malnutridos” (enfermera del albergue de tránsito del DIF Oaxaca, 7 de febrero de 2019). Esta clase de comentarios son comunes entre servidores públicos o integrantes de la sociedad que tienden a estigmatizar la maternidad precoz, al no conocer de fondo las causas sociales que le dan origen .

Por otra parte, al convertirse en padres, es común que los adolescentes abandonen sus estudios, pues los varones prefieren buscar un trabajo que los ayude a enfrentar la nueva responsabilidad, mientras que las mujeres optan por el cuidado de los bebés, y si se trata de madres solteras, la mayoría también debe encontrar una fuente de recursos, que generalmente consiste en el servicio doméstico o el comercio informal, ya sea en sus lugares de origen o durante el tránsito migratorio.

A muchas de estas niñas, niños y adolescentes, además, suelen obligarlos o convencerlos de unirse a pandillas o grupos del crimen organizado; lejos de merecer sanciones o tratos punitivos, lo que más necesitan es apoyo institucional para construir escenarios y redes que los alejen de posibles conductas de riesgo. Esto le sucedió a Josué, kaqchikel guatemalteco de 13 años, que a consecuencia del abandono de sus padres creyó que podría encontrar una familia en la pandilla Barrio 18, cuyos integrantes no le permitieron abandonarlos cuando, cansado de la violencia creciente que lo obligaban a ejercer, intentó salir de la agrupación, razón que lo impulsó a migrar para proteger su integridad física.

El común denominador de estos niños y adolescentes es que provienen de familias disgregadas y por eso para ellos migrar no es una elección, sino que se ven forzados a hacerlo y en muchos casos, como el de Josué, constituye incluso una estrategia de sobrevivencia. Sin embargo, para todos, la travesía está plagada de peligros, de violaciones a sus derechos humanos y de políticas migratorias insuficientes que no les brindan protección ni les ofrecen las alternativas de vida que requieren.

Tampoco hay que olvidar que en países como Guatemala, Honduras y El Salvador, la violencia presente a lo largo de distintas generaciones ha permeado en los valores de la sociedad, convirtiéndose incluso en una práctica cultural, por lo que llega a considerarse normal tanto dentro como fuera de los hogares. Así, la vida de estos menores de edad está plagada de distintos tipos de violencia: estructural, social, doméstica o familiar, sexual y psicológica, entre otras y no es de extrañar que muchos encuentren en la migración la posibilidad de escapar de ella.

Mynor

el camino hacia una nueva vida

mynor

Mynor es una adolescente de 16 años, de Tegucigalpa, Honduras. Fue abandonado por su padre y entre sus figuras paternas la violencia era común. Al migrar, en su paso por México, tuvo la posibilidad de contar con el apoyo del albergue “Hermanos en el Camino”, que lo ayudó con su solicitud de refugio y le otorgó asesoría psicológica. Mynor desea asentarse en México y sueña con tener un espacio seguro para vivir y comenzar una nueva vida.

Originario de Tegucigalpa, Honduras, Mynor es un adolescente de 16 años que fue abandonado por su padre, de modo que sus figuras masculinas fueron algunos tíos y primos que formaban parte de la pandilla Barrio 18, por lo que la violencia siempre estuvo presente en su entorno familiar. Los golpes, el uso de armas y el consumo de alcohol y drogas que desde niño observó fomentaron su curiosidad por probarlas desde los 10 años, y propiciaron su posterior incorporación a la pandilla local. Lo cual resulta comprensible si pensamos que los menores de edad en formación, al no contar con el apoyo de adultos que les inculquen valores, les prodiguen atención y les demuestren afecto, pueden tratar de suplir esas carencias con agrupaciones como las pandillas o las maras, las cuales sustituyen y reemplazan a la familia convirtiéndose en controladores efectivos que logran transmitir sus propias normas y valores, y que proporcionan, tanto a niños como a adolescentes, sentido de pertenencia y la idea de que forman parte de un grupo con el que comparten intereses, gustos, un lenguaje particular –oral y gestual– e incluso sentimientos.

Los niños y adolescentes suelen sentirse atraídos por las propuestas de afecto y seguridad, así como por promesas de venganza, placer y poder, ya que si hacen bien los “encargos” que se les encomiendan, pueden ascender en rango y liderazgo dentro del grupo; por eso muchos creen encontrar en éste la solución a sus problemas. Aunque no formen parte activa de las maras, pueden simpatizar con alguna y sostener amistad con sus integrantes. En el caso de Mynor, afirma: “Un mi primo me metió a la pandilla y comencé vendiendo droga en la escuela. A la salida, él pasaba a recoger el dinero de lo que yo vendía y trataba de reclutar a cipotas y cipotes (niñas y niños) como yo”. 

Como lo confirma su testimonio, muchas escuelas de la región, en vez de representar espacios seguros se han convertido en lugares de riesgo, lo que de igual forma contribuye a la deserción escolar. “Acá llegan con un nivel educativo muy bajo y muchos muestran actitudes violentas, agresivas, por eso no es fácil convencer a los supervisores de zona o a los padres de familia de que los incorporemos a nuestro plantel, porque, ‘la verdad’, les tenemos miedo” (directora de una escuela primaria de Ixtepec, 27 de marzo de 2018).

Desafortunadamente, esta clase de prejuicios no contribuye a mejorar los escenarios de vulnerabilidad que los niños traen consigo desde sus comunidades, más bien reproduce los estereotipos que los asocian con el pandillerismo y la delincuencia. Los líderes de las maras se aprovechan de esto para reclutar a niños cada vez más pequeños, como son la falta de medidas socioeducativas o de alternativas sociales, entre otros factores; por otra parte, también contribuye con este problema el hecho de que muchos niños o adolescentes, paradójicamente, creen que al pertenecer a una pandilla garantizan su seguridad personal. Sin embargo, es frecuente que con el paso del tiempo se den cuenta de que el grupo puede ser implacable si no se siguen sus reglas al pie de la letra, es decir, si se desobedece alguna orden, se contradice al que manda o se dejan crecer malos entendidos y antipatías entre los miembros. De ser así, en vez de encontrar protección, corren el riesgo de convertirse en víctimas de violencia, como le ocurrió a Mynor.

Yo ya había dado el brinco (6) y por un tiempo todo anduvo bien con los brothers, hasta que me conseguí una novia que era muy bonita y uno de los jefes quería con ella y, como yo no estuve de acuerdo, me amenazó. Yo no creí que de verdad me fuera a hacer nada, pero un día apareció muerta mi novia en un baldío cerca de su casa. Ahí yo supe que el siguiente era yo y pues no tuve más remedio que escaparme. Todavía ahí, en Chiapas, entre La Arrocera y Huixtla, vi que me andaban siguiendo, y en otro municipio de acá del istmo, pero no me recuerdo bien cómo se llama, es que por acá no conozco […] No sé si primero se van a cansar ellos de seguirme o yo de esconderme. Ya veremos qué pasa…

Después de caminar mucho y de subirse al ferrocarril conocido como “La Bestia”, Mynor llegó a Ixtepec, donde siguió a otro grupo de migrantes que ya conocían el albergue; en el refugio le hicieron saber sus derechos como migrante, como menor de edad y como víctima de violencia. Debido al riesgo que corre su vida, tiene derecho a protección internacional, por lo que el equipo de “Hermanos en el Camino” lo está ayudando en su proceso de solicitud de refugio. Ahora él espera la resolución con una nueva actitud: “Aquí me hicieron ver las cosas malas que yo había hecho, pero antes que nada me dijeron que también puedo cambiar. Yo ya no quiero seguir con nada de lo que hacía en mi país, quiero estudiar y trabajar, ser una buena persona. Más ahora que ya soy cristiano”.

Si bien es cierto que algunos menores de edad centroamericanos caen en conductas nocivas o delictivas, dadas sus historias de vida, también es verdad que una gran mayoría no se involucra en actividades ilegales ni consume drogas porque precisamente huyen de las maras o pandillas para alejarse de esos escenarios de violencia; unos desean continuar sus estudios; otros prefieren trabajar, ahorrar y continuar su viaje a Estados Unidos; otros más quieren ayudar a sus familiares trayéndolos a su lado o mediante el envío de las remesas que obtienen de su trabajo y, algunos como Mynor, desean asentarse en México, rentar un espacio para vivir y comenzar de cero una nueva vida.

ALBERGUES

La religión y los lugares de acogida y refugio

En los albergues no sólo se cubren necesidades básicas, también se obtiene información y asesoría legal sobre los trámites migratorios y en muchos de ellos se organizan actividades lúdicas o talleres de salud, derechos humanos u otros (Ana Luz Minera Castillo. Albergue “Hermanos en el Camino”, Ciudad Ixtepec, Oaxaca, México).

Hermanos en el Camino

Este albergue apoya a los migrantes en su camino y los defiende en la lucha por el reconocimiento de sus derechos humanos.

Teléfonos: 722 216 1469 y 722 503 0879.

Fundador y Coordinador: Armando Vilchis Vargas.

metepec, Estado de México

En los albergues no sólo se cubren necesidades básicas, también se obtiene información y asesoría legal sobre los trámites migratorios y en muchos de ellos se organizan actividades lúdicas o talleres de salud, derechos humanos u otros (Ana Luz Minera Castillo. Albergue “Hermanos en el Camino”, Ciudad Ixtepec, Oaxaca, México).  Fotografía de Ana Luz Minera Castillo.

CAFEMÍN

Organización eclesial, defensora de los derechos humanos y atendida por la Congregación de las Hermanas Josefinas, desde 2012.

Teléfono: 55 5759 4257

Directora: Hermana Magda.

CIUDAD DE MÉXICO

En los albergues no sólo se cubren necesidades básicas, también se obtiene información y asesoría legal sobre los trámites migratorios y en muchos de ellos se organizan actividades lúdicas o talleres de salud, derechos humanos u otros (Ana Luz Minera Castillo. Albergue “Hermanos en el Camino”, Ciudad Ixtepec, Oaxaca, México).  Fotografía de Ana Luz Minera Castillo.

Hogar refugio La 72

Es una organización de la sociedad civil, administrada por la Orden Franciscana, en el sureste de México. Atienden a migrantes y refugiados de manera integral.

Teléfono: 934 342 1111

Director: Ramón Márquez.

Tenosique, tabasco

Los albergues constituyen un elemento protector para estas niñas, niños y adolescentes menores de edad migrantes gracias a los servicios que ofrecen, pues aunque sean limitados, contribuyen a contrarrestar los efectos negativos de la migración irregular. “Podría decirse que son un oasis en el camino […] son espacios de salvaguarda y protección para viajeros fatigados, enfermos, vejados o agredidos” (7). En los albergues no sólo se cubren necesidades básicas, también se obtiene información y asesoría legal sobre los trámites migratorios y muchos organizan actividades lúdicas o talleres de salud, derechos humanos u otros. 

Sin embargo, son pocos los que además proporcionan ayuda médica y psicológica, como “Hermanos en el Camino”, tan necesaria para este tipo de población vulnerable. Lamentablemente, también son escasos quienes aceptan hospedar a niñas, niños y adolescentes no acompañados, como lo hace este albergue, en el que se les brinda seguimiento personalizado y acompañamiento en sus trámites de regularización migratoria. Además, hay que hacer notar que casi todos los albergues de tránsito permiten una estadía de tan sólo tres días, mientras que en esta red de albergues, los migrantes pueden permanecer durante el tiempo que tomen sus procesos de regularización ‒sobre todo las niñas, niños y adolescentes menores de edad no acompañados‒, ya sea que estén solicitando la visa humanitaria o la condición de refugiado, documentos que pueden demorar de uno a seis meses.

El deseo de casi todos estos menores de edad es llegar a Estados Unidos, pero cuando se dan cuenta de lo difícil que es lograrlo, muchos prefieren quedarse en México y tratar de regularizar su condición de estadía en el país. A otros, no obstante, les es más difícil desistir de su meta original y aprovechan los trámites o permisos migratorios para poder avanzar en territorio mexicano rumbo a la frontera norte sin temor a ser detenidos y deportados. Ya sea con este fin o bien para establecerse y construir una nueva vida en México, lo cierto es que cada niño o adolescente otorga un significado distinto y una utilidad práctica a los servicios del Instituto Nacional de Migración o de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, sirviéndose de éstos y procesándolos de muy distinto modo, lo cual pone de manifiesto su capacidad de acción y de decisión ante este tipo de circunstancias.

En esta labor los albergues también desempeñan un papel clave, pues la información y la asesoría legal que proporcionan les permite a los menores potenciar su agencia. Lo mismo sucede con el apoyo psicológico o espiritual, pues en los casos en que niños o adolescentes son víctimas de algún delito, la presencia de profesionales o voluntarios sensibles puede ayudarlos a sentirse respaldados y a desarrollar su capacidad de resiliencia por medio del fortalecimiento de la autoestima, la confianza, la adaptación, la tolerancia o el entusiasmo para reconstruirse después de enfrentar vivencias complejas. 

Algunos niños, niñas y adolescentes migrantes pertenecen a la comunidad LGBT+ (Ana Luz Minera Castillo. Dibujos realizados por los niños en el Albergue “Hermanos en el Camino” de Ciudad Ixtepec, Oaxaca, México).

¿Qué opinan las niñas y niños sobre los albergues?

cuando hace falta

Uno no sabe si de un día para el otro puedes convertirte en migrante y vayas a necesitar dónde estar, por eso, qué bueno que existan lugares como los albergues. 

cuando necesitas información

Por la información que me dieron en el albergue pude defenderme y evitar que me devolvieran a mi país cuando la policía de migración me agarró en Veracruz. 

Cuando no tienes casa

Las personas migrantes que no tienen casa en otros países pueden llegar a los albergues y quedarse ahí un tiempo. Además, en los albergues protegen a los inmigrantes, que no les pase nada malo y todo eso. 

cuando necesitas ayuda

Acá me curaron de los pies y rodillas cuando llegué con grandes llagas y ampollas, y luego me ayudaron a que me recibieran en el hospital cuando me dio apendicitis. 

cuando necesitas seguridad

Si no hubiera albergues, quién sabe qué sería de tantas personas migrantes, tendrían que quedarse en las calles a dormir y, si llueve… ¡Imagínese! Se enfermarían todos. En cambio en un albergue están bajo techo y seguros, nada puede pasarles.

Muchos niños no tienen noción clara de lo que es un país hasta que la necesidad los obliga a  atravesar fronteras y, al trasponer sus límites nacionales, se dan cuenta de lo diferente que puede ser la realidad; hasta entonces comprenden el significado de las palabras “migrante”, “extranjero”, “indocumentado” y experimentan por primera vez muestras dediscriminación o xenofobia. Por eso, otra de las estrategias a las que muchos de ellos recurren consiste en tratar de igualar la forma de hablar o de vestir y comportarse de los mexicanos, para pasar por un nacional y no ser identificados como “el otro”; es decir, adoptan una nueva identidad de acuerdo con necesidades y contextos específicos. 

Por eso, en los albergues suelen divertirse con los voluntarios aprendiendo palabras y modismos mexicanos; pero más allá del juego, conocer patrones culturales o códigos de lenguaje y comportamiento del país por el que transitan, los ayuda a responder a posibles futuras preguntas que los agentes o policías pueden hacerles en caso de ser detenidos y, con ello, evitar la deportación.

Otro de los beneficios que Hermanos en el Camino ofrece a los menores de edad migrantes, además de organizar juegos y talleres, es brindarles apoyo espiritual, sin importar la religión que cada uno profese; en ocasiones, el director del albergue u otro sacerdote ofician misa y en otras, un pastor celebra su servicio. Aunque los datos demuestran que la religión evangélica ‒en sus diversas denominaciones‒ prevalece entre los migrantes centroamericanos, la fe, independientemente del sistema de creencias que cada niña, niño o adolescente practique, constituye un pilar fundamental en sus vidas, según lo demuestran sus propios testimonios, pues ante momentos de peligro, duda, adversidad o desesperanza, la fe los ayuda a sobreponerse de episodios negativos. Es común que para el viaje, los católicos lleven entre sus pertenencias imágenes de santos y escapularios, mientras que los evangélicos llevan consigo Biblias. De esta forma, la fe de niñas, niños y adolescentes también se transnacionaliza ante la necesidad de contar con referentes espirituales durante la ruta migratoria.

Uno siempre debe cargar su Biblia, ¿sabe?, porque así, Dios Nuestro Señor anda a la par de uno para protegerlo. Mi papá nos la lee en las noches antes de dormir a mi hermano y a mí. Dice que es importante que conozcamos “la palabra”. A mí y a mi hermanito nos gustan mucho las alabanzas, los coritos que cantábamos en mi iglesia. ¡Viera yo cómo extraño eso!

David, hondureño, 10 años.

Dios está en todas partes, por él existen todas las cosas y existimos nosotros también. Él nos cuida de que no nos pase nada malo. Por eso cuando nos asaltaron la otra vez, el señor ladrón no macheteó a mi tío como le hizo al otro señor; a ese sí casi le corta un brazo porque no tenía dinero o algo que le pudiera robar. Sólo nos dejaron a todos ahí desnudos, se llevaron nuestras mochilas, celulares, hasta los tenis nos quitaron, pero gracias a Dios fue que a nosotros no nos lastimaron, ¡viera!, ¡pa’qué! 

Daniel, salvadoreño, 8 años.

En la religión, estos pequeños no sólo hallan consuelo, también espacios de socialización en templos o iglesias, donde suelen sentirse seguros, libres de prejuicios o estigmatizaciones; además, pueden establecer redes de apoyo que los ayudan a incorporarse o canalizarse a servicios educativos, laborales, médicos, habitacionales o de esparcimiento. 

De primero, aquí al albergue vino el pastor y, como me gustó lo que le escuché que él decía, luego él me llamó aparte y me dijo que si yo quería conocer su iglesia… Ahí yo fui y, como me gustó, seguí yendo. Ya luego una señora me ofreció trabajo y ahora estoy con ella aprendiendo a hacer pan.

Mynor, hondureño, 16 años.

¿hacia dónde?

El panorama es incierto

La historia y los testimonios demuestran que la violencia se ha incrementado en toda la región debido a diversos factores, entre los que destacan las constantes crisis económicas, los desastres naturales o el empoderamiento de las maras, los grupos paramilitares y la delincuencia organizada, razones por las cuales poblaciones enteras, incluidos niñas, niños y adolescentes son expulsadas cada vez más del territorio. Ante la falta de condiciones adecuadas de vida, los centroamericanos, en general, se encuentran desamparados en materia de salud y estabilidad social, laboral, educativa y cultural, por lo que salen a buscar en otros lugares las oportunidades y la seguridad, de los que en sus países no disponen.

Es común que los menores de edad ante los riesgos y la violencia presente en el corredor migratorio México-Estados Unidos sean más vulnerabilizados que los adultos, y si a eso sumamos las cada vez más adversas condiciones que se remontan a sus lugares de origen (mala nutrición, bajos niveles educativos, embarazos y paternidad precoces, entre otras), su indefensión se vuelve aun mayor. Por ejemplo, muchos de los embarazos adolescentes son consecuencia de abuso sexual, lo que puede generar problemas de autoestima en las futuras madres, así como falta de control de sus emociones y conductas, que se traduce a veces en indiferencia afectiva o negligencia maternal, potencializando las necesidades psicológicas, médicas y nutricionales de las adolescentes.

  Del mismo modo, cuando niños y adolescentes interrumpen sus estudios debido a la migración, les es muy difícil retomarlos en el tránsito, dado que en México no se ofrecen condiciones para hacerlo o porque las particularidades de su situación migratoria se los impide, lo cual torna difícil asentarse en un solo lugar. Por otra parte, el incremento de la violencia de las maras y las pandillas provoca que Guatemala, El Salvador y Honduras presenten una de las tasas de homicidios de adolescentes más altas en el mundo; (8) sin embargo, la percepción social generalizada culpa precisamente a niñas, niños y adolescentes del aumento de la violencia y de la inseguridad, sin considerar que muchos no forman parte de las pandillas por voluntad propia, sino que son reclutados a la fuerza, por lo que su participación no puede juzgarse con parámetros convencionales. A pesar de ello, se pregona el endurecimiento de los castigos y la disminución de la edad de responsabilidad penal, en vez de considerar medidas basadas en un modelo de justicia restaurativa.

El control y la represión hacia los menores de edad en conflicto con la ley “deben otorgar preminencia a la protección de la niñez y garantizar la restitución de sus derechos”, (9) así como su rehabilitación y reinserción social con ayuda de terapias psicológicas, tratamientos contra las adicciones, capacitación educativa, actividades deportivas y recreativas, etc., pues no hay que perder de vista la edad de los involucrados y su nivel de madurez emocional, así como los diversos factores relacionados con su entorno: origen étnico, edad, género, preferencia sexual, contextos culturales y trayectorias de vida, por citar sólo algunos. Todo esto ha de considerarse en los programas sociales y las políticas públicas destinadas a la atención de niñas, niños y adolescentes migrantes, dado que no se trata de un grupo homogéneo, sino diverso, con necesidades diferentes. Algunos precisan más protección internacional, otros sólo necesitan apoyo para reunirse con sus padres o familiares en Estados Unidos, hay aquellos a los que es necesario ayudar a insertarse en la sociedad mexicana, que han elegido como destino, mediante el acceso a la educación, la salud o el trabajo.

Por eso, ante los vacíos legales y los peligros que amenazan a niñas, niños y adolescentes migrantes, los albergues humanitarios son de vital importancia, cubriendo funciones que corresponden al Estado; no obstante, ante la indolencia de éste, son las comunidades religiosas y la sociedad civil las que asumen tareas que permiten a los migrantes, entre ellos a los menores de edad, contar con lugares seguros durante su travesía. En éstos, además de satisfacer necesidades básicas, pueden recibir información, talleres, asesoría legal y acompañamiento emocional que les permiten potencializar su capacidad de acción y decisión y desarrollar personalidades más resilientes.

Algunos vienen acompañados, otros son separados de sus familiares durante el tránsito, pero muchos más viajan solos, sin la compañía de ningún adulto que se haga responsable por ellos, los cuide o los ayude (Ana Luz Minera Castillo. Ciudad Ixtepec, Oaxaca, México).

Refugios para migrantes en México

ALBERGUES

migrantes

voluntarios

Por qué es relevante

La migración de niñas, niños y adolescentes forzados a abandonar sus países en Centroamérica para llegar a Estados Unidos fue declarada cómo una “crisis humanitaria” entre los años 2014 y 2019.

La niñez migrante necesita en algún momento de su tránsito por México hospedarse en albergues gubernamentales o albergues dirigidos por comunidades religiosas y organizaciones de la sociedad civil. En albergues oficiales se niegan a recibir a niñas y niños, pues esto conlleva diversos retos legales y logísticos en la atención de la gran diversidad de origen y condiciones de desplazamiento de miles de niñas y niños que migran, algunos en familia y otros no van acompañados.

Por eso, ante los vacíos legales y los peligros que amenazan a niñas, niños y adolescentes migrantes no tener un lugar seguro en su trayecto, han sido los espacios creados por las comunidades religiosas y la sociedad civil las que asumen tareas que permiten a los migrantes, entre ellos a los menores de edad, contar con lugares seguros durante su travesía.

Cuál es la situación

Existen alrededor de 96 albergues, comedores y casas del migrante a lo largo de las distintas regiones del país (norte, sur, golfo, pacífico, occidente, etc.), debido a que las rutas por las que transitan los migrantes a nivel nacional son muy variadas. Cada año miles de menores de edad necesitan de la ayuda que en estos lugares se brinda, sin embargo, son muy pocos los que aceptan hospedar a niñas, niños y adolescentes, sobre todo si viajan solos.

cómo puedes apoyar

En los albuergues abiertos por la solidaridad, la niñez y adolescencia migrante pueden satisfacer necesidades básicas, pero tambien pueden recibir información, asesoria legal y acompañamiento emocional. Apoyar a estos espacios es imporante ante la indolencia de los gobiernos.

Escucha con atención la voz de estas niñas y niños que nos están convocando a crear mundos más justos. Conéctate con aquellas personas que están construyendo estos espacios seguros para ellos en los albergues.

notas

  1.  U.S. Customs and Border Protection, “United States Border Patrol Southwest Family Unit Subject and Unaccompanied Alien Children Apprehensions Fiscal Year 2016”, Estados Unidos, US Department of Homeland Security. Recuperado el 4 de noviembre de 2016 de http://www.cbp.gov/newsroom/stats/southwest-border-unaccompanied-children/fy-2016#
  2.  Se cambiaron los nombres de las niñas, niños y adolescentes para proteger su identidad.
  3.  El Comité de Derechos del Niño llama así a los que han tenido que renunciar a sus padres biológicos pero viajan con parientes o adultos integrantes de su familia extensa. Naciones Unidas, “Trato de los menores no acompañados y separados de sus familias fuera de su país de origen”, Observación General 6, Comité de Derechos del Niño, CRC/GC/2005/6, 2005, párrafos 7 y 8.
  4.  Se define como “no acompañados” a aquellas niñas, niños y adolescentes que se encuentran fuera de su país de origen y viajan sin la compañía de padres o tutores, y que por ser menores mayores de edad no pueden ejercer sus derechos civiles y políticos. Idem.
  5.  De acuerdo con UNICEF y la CEPAL, en estos tres países, principales expulsores de migrantes de América Central, los índices de marginación son muy elevados, sobre todo en las zonas rurales, por lo que la cobertura y la calidad de los servicios son muy limitadas. La pobreza o pobreza extrema en que viven muchas de las familias de la región les impide contar con los recursos suficientes para satisfacer las necesidades básicas, entre ellas, la alimentación, lo que a su vez propicia elevados niveles de desnutrición infantil, otra más de las violencias sistémicas que afectan a los más vulnerables. “La pobreza de América Latina y el Caribe aún tiene nombre de infancia”, documento preparado para la XI Conferencia de Esposas de Jefes de Estado y de Gobierno de las Américas, México, 25-27 de septiembre, 2002. Recuperado el 9 de enero de 2017 de https://www.cepal.org/es/publicaciones/1565-la-pobreza-america-latina-caribe-aun-tiene-nombre-infancia
  6. Se conoce como “brinco” al rito de iniciación para hacerse miembro de la pandilla, el cual consiste en recibir, durante cierto número de segundos, golpes indiscriminados por parte de los demás integrantes del grupo; aunque en la actualidad, de acuerdo con diversos testimonios, algunas pandillas han modificado este requisito y, en su lugar, exigen al novato cometer ciertos delitos.
  7.  Los desafíos de la migración y los albergues como oasis. Encuesta nacional de personas migrantes en tránsito por México, México, CNDH-UNAM-IIJ, 2017, p. 18.
  8.  Una situación habitual: La violencia en las vidas de niños y adolescentes, Nueva York, UNICEF, 2017, pp. 5-8; “La caravana a su paso por Chiapas”, Save the Children, 21 de octubre de 2018. Recuperado el lunes 22 de octubre de 2018 de https://www.savethechildren.mx/enterate/noticias/la-caravana-a-su-paso-por-chiapas
  9.  Merino García, Keila, Maras en Centroamérica y México, Madrid, Comisión Española de Ayuda al Refugiado, 2018, p. 11.

Referencias

Comisión Económica para América Latina, CEPAL, y Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, UNICEF, “La pobreza de América Latina y el Caribe aún tiene nombre de infancia”, documento preparado para la XI Conferencia de Esposas de Jefes de Estado y de Gobierno de las Américas, México, 25-27 de septiembre, 2002. Recuperado el 9 de enero de 2017 de https://www.cepal.org/es/publicaciones/1565-la-pobreza-america-latina-caribe-aun-tiene-nombre-infancia

“La caravana a su paso por Chiapas”, Save the Children, 21 de octubre de 2018. Recuperado el lunes 22 de octubre de 2018 de https://www.savethechildren.mx/enterate/noticias/la-caravana-a-su-paso-por-chiapas

Los desafíos de la migración y los albergues como oasis. Encuesta nacional de personas migrantes en tránsito por México, México, CNDH-UNAM-IIJ, 2017.

Merino García, Keila, Maras en Centroamérica y México, Madrid, Comisión Española de Ayuda al Refugiado, 2018.

Naciones Unidas, “Trato de los menores no acompañados y separados de sus familias fuera de su país de origen”, Observación General 6, Comité de Derechos del Niño, CRC/GC/2005/6, 2005.

Una situación habitual: La violencia en las vidas de niños y adolescentes, Nueva York, UNICEF, 2017.

U.S. Customs and Border Protection, “United States Border Patrol Southwest Family Unit Subject and Unaccompanied Alien Children Apprehensions Fiscal Year 2016”, Estados Unidos, US Department of Homeland Security. Recuperado el 4 de noviembre de 2016 de http://www.cbp.gov/newsroom/stats/southwest-border-unaccompanied-children/fy-2016#

INEGI. (2015). Censo de Alojamientos de Asistencia Social (CAAS) Presentación de Resultados. Recuperado de https://www.inegi.org.mx/contenidos/programas/caas/2015/doc/caas_resultados.pdf

BBVA. (2020). Mapa 2020 de casas del migrante, albergues y comedores para migrantes en México. Recuperado de https://www.bbvaresearch.com/publicaciones/mapa-2020-de-casas-del-migrante-albergues-y-comedores-para-migrantes-en-mexico/

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