de niña jornalera a joven refugiada:

“Uno aprende a recorrer el mundo de esta manera”

—Hola, mi nombre es Silvia Pantaleón Martínez, vengo de Guerrero. 

¿Qué te gustaría que la gente supiera de ti Silvia? 

—Pues… cómo vivíamos antes, de la necesidad que teníamos. No teníamos recursos, no teníamos quien nos ayudara. Eso es lo que quiero que la gente sepa de mí. Que hubieran [sic] más personas que se interesaran por ver nuestro mundo como es en realidad. Muchas personas pasan y nomás ven cómo estamos, pero no saben, pues, lo que sufrimos, lo que vivimos diariamente. Por eso ahora, mediante fotos, imágenes, cámaras, damos a conocer al mundo la realidad de cómo vivimos.

La historia de Silvia es la historia de una niña na savi (mixteca) que, tras haber dejado su comunidad indígena ha tenido que enfrentarse y atravesar múltiples fronteras y barreras de género, clase, idioma, identidad y raza. Aquí presentamos, en forma de cortometraje, una narración que hemos ido construyendo a modo de conversación en distintos momentos y con ritmos diferentes, desde que Silvia tenía ocho años. Empezó en 2008 con talleres de arte, teatro y juego. En ellos, Silvia, sus hermanas, y otras niñas y niños de su comunidad migrante narraron su vida —con la nostalgia que sienten los niños migrantes por su pueblo de origen—, y compartieron sus conocimientos étnicos. La narración continuó con un taller de fotografía y una serie de entrevistas en las cuales Silvia y su hermana menor, Carolina, compartieron sus experiencias como niñas indígenas y migrantes jornaleras (trabajadoras en los campos agrícolas) en México. Estas experiencias sirvieron como base de dos animaciones en stop motion que también forman parte de este cortometraje. En un tercer momento, varios años después, hacia finales de 2018, la agudización de la violencia en su comunidad llevó a Silvia a emigrar a Estados Unidos para solicitar refugio.

Silvia posa bajo la planta de chayotes en la casa de sus abuelos en uno de los múltiples viajes que realizó de vuelta a su pueblo con su familia.

Éste es un ejercicio de autorrepresentación y documentación que va entretejiendo varias épocas y momentos en la vida de Silvia, profundamente conectada con la de su hermana menor, Carolina, y con la de sus otros hermanos, de quienes ha tenido que separarse varias veces debido a la migración (con algunos de ellos ha vuelto a reunirse en Estados Unidos). Esta historia nos permite entender las formas en que niñas y niños migrantes crean y recrean el espacio (trans)nacional al conectar, mediante su movilidad, territorios discontinuos como su comunidad indígena, los campos jornaleros donde trabajaron en su infancia y Estados Unidos, donde Silvia vive ahora como solicitante de refugio, y a donde Carolina anhela llegar para reunirse con sus hermanos. Esta narración nos ha permitido entrelazar también, a partir de conversaciones sostenidas en distintos momentos, el presente, el pasado y el futuro de dos niñas que ahora tienen 17 y 20 años de edad. 

Silvia y Carolina posan con su mamá, hermanas y hermanos durante el Día de Muertos. La última vez que estuvieron juntos antes de que Raúl (derecha) se marchara hacia los Estados Unidos.

Este relato es único y, a la vez, muy similar al de muchas niñas indígenas y campesinas de América Latina, pues Silvia y Carolina han tenido que hacer frente a la desigualdad migrando lejos de su comunidad de origen para trabajar, junto con su familia, en los campos agrícolas del centro y norte del país. Para ellas migrar, jugar y trabajar en el campo han sido experiencias simultáneas, pero hoy que las dos han dejado de ser niñas, la lucha por la subsistencia económica continúa. Mientras Silvia trabaja turnos extenuantes de más de diez horas como parte del personal de limpieza en una empresa, Carolina sortea la precariedad en su comunidad y sueña con volver a Estados Unidos —el país donde nació y tuvo que dejar siendo apenas una bebé—, para ofrecerle a su hijo una “vida mejor”. 

Carolina en el panteón de su pueblo durante la celebración de Día de Muertos, una de las más importantes para el pueblo na savi (mixteco) de la Montaña de Guerrero.

Su historia es la de una frontera que marca la diferencia entre una vida de permanente lucha contra la precariedad económica y la posibilidad de vivir lejos de la violencia y las amenazas, y obtener un trabajo que le permita tener ingresos suficientes para construir el futuro que anhela para ella, su hermana y sus hijos. Es la historia de cómo la frontera ha dividido la vida de una familia y cómo ha profundizado los vínculos de sangre y de cariño entre dos hermanas que se acompañan en la distancia.

Durante la celebración de Día de Muertos, los habitantes de Atzompa realizan velaciones en las tumbas de sus familiares y seres queridos. Niñas y niños son participantes activos de los ritos y festejos que se llevan a cabo durante cuatro días.

Epifanio

En 2005 conocí a Epifanio, un niño indígena na savi (mixteco) que había migrado junto con su familia desde la Montaña de Guerrero a Oacalco, Morelos, en busca de trabajo en los campos jornaleros. 

Niñez Jornalera en números

millones de niños realizaron trabajo infantil

millones de niños trabajaron en ocupaciones no permitidas

%

Lo hicieron en el sector agropecuario

Por qué es relevante 

En México se calcula que hay alrededor de 6 millones de personas en hogares jornaleros. Es decir, que dependen de la migración estacional y el trabajo jornalero (temporal y pagado a destajo) en los campos agrícolas para poder subsistir. La mayoría provienen de los estados de Oaxaca, Guerrero y Chiapas, donde los flujos están compuestos mayormente por personas indígenas y campesinas. Se trata de una población expulsada de sus territorios de origen por la desigualdad, la injusticia económica y las políticas públicas fallidas.

Aunque el trabajo agrícola jornalero es considerado una ocupación peligrosa por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y otros organismos internacionales, miles de niñas, niños y adolescentes en México siguen realizándolo para poder subsistir. Según cifras gubernamentales de 2013, en México hay alrededor de 1.7 millones de personas entre los 3 y 15 años de edad que forman parte de los hogares jornaleros, y al menos 711,688 tienen como actividad principal el trabajo remunerado, lo cual constituye una grave violación a sus derechos humanos.

FUENTE: Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas (2019) Violación de Derechos de las Jornaleras y Jornaleros Agrícolas en México. Primer Informe. Ciudad de México: RNJJA.

Cuál es la situación 

De acuerdo a los datos del Módulo sobre Trabajo Infantil de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI, en 2017 3.2 millones de niñas, niños y adolescentes realizaron algún tipo de trabajo infantil en México, lo que equivale al 11% de la población menor de 18 años del país. De éstos, 2.1 millones de niñas, niños y adolescentes trabajaron en una ocupación NO permitida. El 34.5% de ellos trabajó en el sector agropecuario, el que acumula el mayor porcentaje de trabajo infantil en México.

cómo puedes apoyar

Es fundamental exigir a las empresas agrícolas nacionales y extranjeras que producen en México productos libres de trabajo infantil, y que esto signifique no sólo la desincorporación de las niñas, niños y adolescentes de las cadenas de producción, sino que además vean garantizado su derecho a la educación, a la alimentación, a la vivienda, a la saludd y al sano esparcimiento mientras sus padres trabajan produciendo los alimentos que todos consumimos.

Es fundamental exigir a los representantes locales y estatales de los principales estados productores (Veracruz, Michoacán, Puebla, Jalisco, Estado de México, Sinaloa, Guanajuato y Sonora) mejor legislación y mejores políticas públicas para proteger a las familias jornaleras migrantes de la explotación laboral. El Sistema DIF, así como las Procuradurías estatales y municipales de Protección a Niñas, Niños y Adolescentes, deben realizar un mejor trabajo para identificar y brindar protección a niñas, niños, adolescentes y a las familias que se ven obligadas a emplear a sus hijos para poder subsistir.

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