Epifanio: memorias de un niño na savi

De la Mixteca y los campos jornaleros

En 2005 conocí a Epifanio, un niño indígena na savi (mixteco) que había migrado junto con su familia desde la Montaña de Guerrero a Oacalco, Morelos, en busca de trabajo en los campos jornaleros. Él tenía ocho años y yo era estudiante de Antropología e intentaba hacer una investigación colaborativa con niñas y niños migrantes. Su inteligencia, vivacidad y personalidad me cautivaron desde el primer instante. Desde ese día, Epifanio me “adoptó”. Me dio la bienvenida a su vida, a su familia y a su mundo. Entendió mi búsqueda y acogió mi curiosidad con el entusiasmo, la generosidad y la sabiduría que sólo un niño puede dar. Se convirtió en el maestro, el colaborador y el guía más importante que hubiera podido encontrar. Desde entonces, he tenido el inmenso privilegio de aprender, trabajar y acompañar a Epifanio en su camino de vida. 

Quince años después de ese primer encuentro, hemos creado juntos un material audiovisual que permite compartir episodios cruciales de su vida. Con extraordinaria sensibilidad y lucidez, Epifanio ha sabido habitar varios mundos y su historia es un tejido donde se entrelazan múltiples caminos y fronteras que surcan, dividen y también unen territorios discontinuos, culturas, lenguas, pertenencias, identidades, familias y afectos. Su memoria, su habla, su personalidad y su manera de ver la vida son resultado de un recorrido incesante entre su pueblo, en la región mixteca de Guerrero, los campos jornaleros del centro y norte de México, y distintas ciudades en Estados Unidos, adonde ha tenido que trasladarse desde que era un niño para encontrar mejores posibilidades económicas y de trabajo.

Dos jóvenes migrantes na savi cultivan fresas en su nueva comunidad de acogida en Oacalco, Morelos.

Los videos que aquí presentamos son producto de un diálogo que se ha extendido a lo largo de más de catorce años, a lo largo de la infancia, la adolescencia y la juventud de Epifanio; una conversación que ha tenido tiempos para la escucha y tiempos para el silencio. Son el resultado de un trayecto de amistad, madrinazgo, aprendizaje intercultural, solidaridad, cariño y esa larga conversación que se propone narrar, desde la experiencia y la sabiduría de Epifanio, la vida de un niño y un joven mixteco que ha estado signada por la migración constante. Los videos surgen de la certeza de que sólo alguien como Epifanio podría transmitirnos con tal claridad lo que significa ser migrante, indígena y niño simultáneamente, experiencias profundamente interrelacionadas: formas de ser y devenir que deben comprenderse entrelazadas. 

Este trabajo es un homenaje a ese niño que desde pequeño vio a su familia separada por las fronteras de la desigualdad y la precariedad económica; que demasiado pronto se vio forzado a emprender una travesía por un desierto donde han perecido demasiadas niños y adultos. Un homenaje al niño que entendió el significado de ser indígena cuando dejó su pueblo por primera vez y que aprendió lo que representa ser “extranjero” en su propio país; a quien asumió la responsabilidad de cuidar de sus hermanas y su madre para llegar al “otro lado”, y enterró una “cajita del tiempo” con sus tesoros más preciados antes de marcharse, esperando algún día poder recuperar la vida que dejaba atrás. Es un homenaje a ese niño que supo enfrentar el racismo, la discriminación y las peores contradicciones de nuestro sistema económico y político, para convertirse en un joven con una belleza, una entereza y una libertad de espíritu que no conocen límites. 

Este ejercicio combina la etnografía, la autobiografía y la memoria para construir la narración de un viaje que continúa, todavía hoy, para Epifanio, quien hace poco tuvo que cruzar nuevamente la frontera en búsqueda de la subsistencia económica que su país le ha negado. Un viaje que atraviesa múltiples fronteras territoriales, étnicas, raciales, culturales, lingüísticas, de clase e, incluso, de edad. Al contarnos su vida, Epifanio nos permite entender que cruzar y desafiar estos límites es una experiencia que se vive desde el cuerpo, que se expone y peligra en el desierto; desde la piel, cuyo color lo delata como “foráneo”, incluso en su país; desde el acento y la forma de hablar, que lo estigmatizaron como “oaxaco”; y desde las creencias, saberes y habilidades que heredó de su comunidad indígena y que lo diferenciaron de otros niños de su edad. Con este ejercicio de autobiografía y rememoración, Epifanio cruza una frontera más: esta vez la del tiempo, para regresar a su propia infancia y recorrer el territorio de la memoria, para hacernos saber lo que sintió y lo que significó para aquel niño convertirse en migrante, y vivir cruzando fronteras desde entonces.

Epifanio, su hermana y su prima posan para una fotografía, pocos meses antes de su partida hacia los Estados Unidos.

El proceso de creación de estos pequeños cortometrajes autobiográficos ha sido de especial relevancia porque, a lo largo de los últimos años, ha detonado la producción de numerosos talleres y espacios para la reflexión, el arte y la conversación colectiva con y entre niñas y niños migrantes. Estos talleres y espacios a su vez han llevado a que las comunidades na savi (mixtecas) de la montaña de Guerrero, y sus integrantes que migraron a Morelos, México, y a Alabama y California, en Estados Unidos, vuelvan a encontrarse y a comunicarse en las redes sociales gracias a las fotografías y los dibujos que aquí presentamos. También han posibilitado conversaciones íntimas y familiares, colectivas y comunitarias que no habían ocurrido en mucho tiempo.

El material visual que presentamos incluye filmaciones, fotografías, dibujos, narraciones y animaciones en stop motion, y fue producido por niñas y niños de las comunidades de Yuvinani, Guerrero, y Oacalco, Morelos, en México, y en la ciudad de Union Springs, Alabama, en Estados Unidos. Poder narrar la vida de Epifanio a través de estos materiales es un ejercicio de conmemoración y reafirmación de la vida y la sabiduría de las niñas, niños y jóvenes indígenas, campesinos y migrantes de México. 

I. Nacer y salir del pueblo de origen

«Mi placenta no está aquí, entonces yo estoy allá».

Éste es el primer video de la serie. Relata la primera experiencia de migración de Epifanio, nacido en una comunidad indígena na savi (mixteca) y quien, unos años después, siendo aún un niño pequeño, se convirtió en migrante en su propio país. Es el relato de la formación de la identidad étnica y el nacimiento de la conciencia de un niño que descubre lo que significa ser indígena en una sociedad mestiza, entretejidas con la experiencia de ser migrante a tan temprana edad. 

Como lo marcan la tradición y el saber indígena, después del nacimiento, la placenta y el cordón umbilical del recién nacido deben recibir un tratamiento especial y ser vinculados a algún elemento de la naturaleza: enterrados, arrojados al río, colgados de un árbol, lo cual determina el sentido de pertenencia, la personalidad y el destino de la persona que ha llegado al mundo. Gracias a este acto colectivo y familiar de bienvenida e inauguración de la vida, los na savi estarán por siempre unidos a su pueblo y, adonde sea que vayan, sueñan siempre con regresar. 

Yo me siento tan orgulloso de haber nacido así, en un petate y una cama de helechos. Toda la cultura viene amarrada [a ti] desde el momento en el que naces. Naces indígena, naces siendo mixteco, vienes ya marcado y también con una historia desde ese momento, desde el día de tu nacimiento.

Epifanio

II. Trabajo infantil y crisis de la vida familiar y campesina:

“Mi papá veía que yo ya tenía más fuerza”.

Relata las experiencias paralelas entre la pasión que siente Epifanio desde niño por el trabajo de la tierra, las privaciones y dificultades de subsistir del trabajo agrícola, y la separación temprana de su familia debido a la migración ocasionada por la pobreza y la precariedad. La infancia de Epifanio, como la de millones de niños indígenas y campesinos, estuvo marcada por las experiencias de aprender el idioma, la cosmovisión y las costumbres na savi, crecer y desarrollarse físicamente, socializar en el seno de una familia y comunidad indígena; y la íntima conexión entre esto y el conocimiento de la naturaleza y el trabajo campesino.

Cuando por fin me llevaron a trabajar al campo de fresa, no fue nada más ir y ya estar ahí. Es algo que te ganas. Mi papá ya sabía y veía que yo podía, que yo ya tenía más fuerza. No nos llevaba para explotarnos, más bien para enseñarnos.

Para mí, empezar a trabajar significaba poder aportar más a la casa, poder ayudarle a mis papás, porque yo sabía que era muy bonito el campo, pero también sabía que dolía mucho. Porque siempre mis papás se quejaban de su espalda, se quejaban de sus pies, porque luego pasaban ocho horas metidos en el agua, en el lodo. Sé que el campo es muy doloroso porque es un esfuerzo físico más allá de lo que es soportable. Tú lo toleras, lo tienes que tolerar, lo tienes que soportar porque si no, no vas a ganar el dinero del día.

III. Cruzar la frontera:

“Éste es el momento para el que nos hemos estado preparando” .

Epifanio describe la experiencia de haber cruzado el desierto de Altar y la frontera entre México y Estados Unidos por primera vez cuando tenía ocho años. Nos permite entender el asombro, el miedo y la responsabilidad que sintió de cuidar de su madre y sus hermanas siendo tan pequeño. Con su testimonio podemos cuestionar la idea del “sueño americano” y entender las diferencias entre las experiencias de los adultos y los niños respecto a la migración, así como los vínculos con los lugares y las personas que se quedan atrás.

Yo iba muy, muy alerta durante todo el camino, desde que salimos de casa. Cuando bajamos del carro y pisamos tierra, sentí que ya estaba en el desierto. Fue cuando dije: “Para esto es que estabas preparándote mucho, ahora sí tienes que estar muy alerta, aquí es donde está el peligro”. Empezamos a caminar y yo me acuerdo que pasamos un cerco y nos dijeron: “Del cerco para acá ya es Estados Unidos”. Entonces dije: “Pues que fácil fue pasar a Estados Unidos”, pero no. Todavía faltaba mucho. Iban puras mujeres y unos cuantos hombres nada más; supuestamente ese grupo era para mujeres solamente. Porque el camino era más largo, pero más suave. No teníamos que correr como en otros lugares donde había que hacer un esfuerzo físico más fuerte.

Silvia

La historia de Silvia es la historia de una niña na savi (mixteca) que, tras haber dejado su comunidad indígena ha tenido que enfrentarse y atravesar múltiples fronteras y barreras de género, clase, idioma, identidad y raza. 

IV. El regreso a los campos agrícolas:

“Encontré muchos niños como yo, que hablaban una lengua indígena”.

Muchos años transcurrieron entre el regreso de Epifanio desde Estados Unidos y el momento que ilustra este video. Aquí, ya de 23 años, nos relata su experiencia como maestro de un grupo de niñas y niños jornaleros migrantes en el norte de México, muy cerca de la frontera por donde él cruzó por primera vez. Durante el largo lapso transcurrido entre su regreso a México, cuando tenía alrededor de 13 años, y el momento que ilustra el video, Epifanio terminó sus estudios de secundaria y preparatoria, para luego cursar la licenciatura en Agroecología en el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural (CESDER), una universidad pensada especialmente para jóvenes campesinos e indígenas, y que le permitió a Epifanio continuar trabajando como jornalero en distintos campos agrícolas en el centro de México. También, durante este tiempo, Epifanio tuvo a su primer hijo. 

Cuando Epifanio regresó a los 23 años a los campos agrícolas de Sonora como maestro de agroecología y del saber campesino na savi, el sueño de trabajar con niños indígenas que compartieran sus mismas experiencias de migración y trabajo infantil se vio cumplido. 

Desafortunadamente este periodo fue corto, pues se trata de labores que pocas veces garantizan la subsistencia económica. Algunos meses después de esto, Epifanio tuvo que emigrar a Estados Unidos nuevamente, impelido por la carencia económica y la falta de un sueldo que le permitiera sostener a su familia. Actualmente, Epifanio trabaja en una planta procesadora de productos agrícolas en California. Su historia, ahora como joven na savi (mixteco), migrante y campesino continúa escribiéndose.

Niñez Jornalera en números

millones de niños realizaron trabajo infantil

millones de niños trabajaron en ocupaciones no permitidas

%

Lo hicieron en el sector agropecuario

Por qué es relevante 

En México se calcula que hay alrededor de 6 millones de personas en hogares jornaleros. Es decir, que dependen de la migración estacional y el trabajo jornalero (temporal y pagado a destajo) en los campos agrícolas para poder subsistir. La mayoría provienen de los estados de Oaxaca, Guerrero y Chiapas, donde los flujos están compuestos mayormente por personas indígenas y campesinas. Se trata de una población expulsada de sus territorios de origen por la desigualdad, la injusticia económica y las políticas públicas fallidas. 

Aunque el trabajo agrícola jornalero es considerado una ocupación peligrosa por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y otros organismos internacionales, miles de niñas, niños y adolescentes en México siguen realizándolo para poder subsistir. Según cifras gubernamentales de 2013, en México hay alrededor de 1.7 millones de personas entre los 3 y 15 años de edad que forman parte de los hogares jornaleros, y al menos 711,688 tienen como actividad principal el trabajo remunerado, lo cual constituye una grave violación a sus derechos humanos.

FUENTE: Red Nacional de Jornaleros y Jornaleras Agrícolas (2019) Violación de Derechos de las Jornaleras y Jornaleros Agrícolas en México. Primer Informe. Ciudad de México: RNJJA.

Cuál es la situación 

De acuerdo a los datos del Módulo sobre Trabajo Infantil de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del INEGI, en 2017 3.2 millones de niñas, niños y adolescentes realizaron algún tipo de trabajo infantil en México, lo que equivale al 11% de la población menor de 18 años del país. De éstos, 2.1 millones de niñas, niños y adolescentes trabajaron en una ocupación NO permitida. El 34.5% de ellos trabajó en el sector agropecuario, el que acumula el mayor porcentaje de trabajo infantil en México.

cómo puedes apoyar 

Es fundamental exigir a las empresas agrícolas nacionales y extranjeras que producen en México productos libres de trabajo infantil, y que esto signifique no sólo la desincorporación de las niñas, niños y adolescentes de las cadenas de producción, sino que además vean garantizado su derecho a la educación, a la alimentación, a la vivienda, a la saludd y al sano esparcimiento mientras sus padres trabajan produciendo los alimentos que todos consumimos.

Es fundamental exigir a los representantes locales y estatales de los principales estados productores (Veracruz, Michoacán, Puebla, Jalisco, Estado de México, Sinaloa, Guanajuato y Sonora) mejor legislación y mejores políticas públicas para proteger a las familias jornaleras migrantes de la explotación laboral. El Sistema DIF, así como las Procuradurías estatales y municipales de Protección a Niñas, Niños y Adolescentes, deben realizar un mejor trabajo para identificar y brindar protección a niñas, niños, adolescentes y a las familias que se ven obligadas a emplear a sus hijos para poder subsistir.

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