Los orígenes del movimiento 

las caravanas migrantes

Las niñas, niños y adolescentes suelen subir al tren de carga mexicano conocido como “La Bestia” para avanzar en su camino rumbo al Norte. Sobre el ferrocarril llegan a ser víctimas de asaltos, extorsiones y caídas que pueden significar graves heridas e inclusive la diferencia entre la vida y la muerte (Acervo del Albergue “Hermanos en el Camino”, Oaxaca, México).

L a migración forzada de centroamericanos rumbo a Estados Unidos ha sido una constante desde hace más de tres décadas, sin embargo, antes de octubre de 2018 la integraban pequeños grupos o familias que emprendían solas el viaje y, a partir de la frontera sur de México, se unían a otro colectivo de migrantes con el propósito de acompañarse y protegerse mutuamente. Aunque el porcentaje de personas fuera alto, no atemorizaba a las sociedades ni a los gobiernos mexicano o estadounidense tanto como lo hicieron las llamadas “caravanas” (1) recientes, ya que éstas concentraron a miles de personas que, por el hecho de viajar juntas, no sólo llamaron la atención de los medios de comunicación, sino que provocaron una situación de crisis en los sistemas fronterizos de salud y de ayuda humanitaria.

El origen de la primera caravana se remonta a las procesiones de Semana Santa que, para representar el vía crucis de Jesucristo, un sacerdote de la orden franciscana, fundador y coordinador del albergue para migrantes “La 72”, en Tenosique, Tabasco, México, realizaba desde 2011, año de la fundación del refugio. (2) Dado que la escenificación del vía crucis la llevaban a cabo principalmente migrantes hospedados en el albergue, el sacerdote equiparaba el padecer de su tránsito migratorio con el dolor de Jesús antes de su crucifixión. En 2014, otros albergues de migrantes se unieron a esta procesión, entre ellos, “Hermanos en el Camino”, por lo que fray Tomás, entonces director de “La 72”, y diversos líderes religiosos decidieron transformar el acto católico en una “acción de desobediencia civil” (3) para visibilizar los peligros, abusos y violaciones a los derechos humanos que sufrían los centroamericanos. 

Fue así que el entonces denominado vía crucis migrante continuó su camino por varios estados de México, hasta sumar a más de mil personas, transformándose en una caravana, y logró que la Secretaría de Gobernación, por medio de la intervención del Instituto Nacional de Migración, expidiera a todos los migrantes un “oficio de salida”, evitando de este modo que fueran deportados o víctimas de violencia, pues les autorizaba la estadía en México durante 30 días. Además, el gobierno les proporcionó autobuses que los ayudaron a cubrir largas distancias y aproximarse a la frontera norte. Por ello, muchos lograron llegar a Estados Unidos, situación que motivó a otros centroamericanos a repetir la acción política durante la Semana Santa de los años posteriores. 

En 2018, el fundador y director del albergue “Pueblo Sin Fronteras”, ubicado en la ciudad de Caborca, Sonora, lideró a un grupo «principalmente de hondureños» en el intento de llevarlos hasta la frontera con Estados Unidos y utilizar los medios de comunicación internacionales con el fin de convencer al presidente Donald Trump de otorgarles asilo en su país. No obstante, muchos de los albergues para migrantes en México se deslindaron de las acciones emprendidas por este líder quien, a pesar de todo, logró negociar con las autoridades mexicanas y obtener “oficios de salida” para aproximadamente 300 personas, entre las que sobresalían mujeres, niños y adolescentes, que ingresaron al vecino país para solicitar asilo.

Entretanto, en Centroamérica, las condiciones económicas, políticas y sociales siguieron empeorando, al mismo tiempo que la violencia aumentaba, lo cual condujo a que en octubre de 2018 se organizara desde Honduras y mediante redes sociales, una caravana nunca antes vista, en la que más de 7000 personas procedentes de Centroamérica arribaron juntas a México con la intención de llegar a Estados Unidos. De éstas, más de 2000 eran niños y adolescentes, de acuerdo con datos proporcionados por el Ayuntamiento del Suchiate. Mientras ellos ingresaban a territorio mexicano, otros éxodos desde Honduras y El Salvador organizaban sus salidas. 

La respuesta del gobierno estadounidense no se hizo esperar, el Departamento de Seguridad Nacional puso en práctica la política de “tolerancia cero”, que consistió en separar a las familias desde la frontera para desalentar la migración; más de 2300 niñas, niños y adolescentes que iban con sus padres u otros familiares fueron enviados a centros de detención habilitados como albergues, (4) en los que se ha encerrado a los menores de edad en “jaulas” y se les ha sometido a toda clase de abusos físicos y psicológicos. Inclusive, hasta el mes de junio de 2019 habían acontecido seis muertes de niños que nunca fueron esclarecidas ni los responsables castigados: (5)

  • Darlyn Cristabel Córdova Valle, salvadoreña de 10 años. Falleció de complicación cardíaca el 29 de septiembre de 2018 cuando era custodiada por patrulleros fronterizos texanos.
  • Jakelin Caal Maquin, guatemalteca de 7 años. Falleció de shock séptico el 8 de diciembre de 2018 bajo custodia de agentes de la Patrulla Fronteriza en Nuevo México.
  • Felipe Alónzo Gómez, guatemalteco de 8 años. Falleció por una infección bacteriana el 24 de diciembre de 2018 cuando estaba bajo la detención de agentes fronterizos estadounidenses en Nuevo México.
  • Juan de León Gutiérrez, guatemalteco de 16 años. Falleció por infección cerebral el 30 de abril de 2019 cuando estaba en un albergue del gobierno estadounidense en Texas.
  • Wilmer Josué Ramírez Vásquez, guatemalteco de 2 años. Falleció de neumonía el 14 de mayo de 2019 en Texas, después de ser detenido junto a su madre.
  • Carlos Gregorio Hernández Vásquez, guatemalteco de 16 años. Falleció el 20 de mayo de 2019, un día después de que la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza reportó que el adolescente había sido diagnosticado con gripe. El acta de defunción determinó que su muerte había ocurrido por “causas desconocidas” al ser trasladado a la custodia del Departamento de Salud y Servicios Humanos. Sin embargo, hay un video que demuestra que el menor falleció bajo custodia de la Border Patrol al no obtener atención médica oportuna.

También se presentaron casos como los de Valeria Martínez, salvadoreña de 23 meses de edad, quien falleció ahogada el 23 de junio de 2019 junto a su padre, Óscar, joven de 25 años, en el río que divide los estados de Tamaulipas y Texas, el primero del lado mexicano y el segundo, del lado estadounidense. O el de Gurupreet Kaur, originaria de India, de 6 años de edad, quien falleció en junio de 2019 deshidratada a causa del calor extremo en el desierto de Arizona. Como ellas, existen numerosos casos de niños que pierden la vida no necesariamente bajo custodia de las autoridades, pero sí en circunstancias muy diversas, producto de los riesgos que implica la migración (por picaduras de insectos o mordeduras de serpientes, ahogados al cruzar ríos, deshidratados en desiertos, asfixiados en trailers en los que los coyotes los trasladan, entre otros más). La gran mayoría de estas muertes no las reportan ni difunden los medios de comunicación.

México recibió las primeras caravanas en la coyuntura del cambio de gobierno, por lo que la respuesta inicial incluyó relativos y diversos apoyos humanitarios; se acondicionaron varios albergues a lo largo de la ruta migratoria, en los que se atendió a miles de personas brindándoles alimento, hospedaje, ropa, calzado, atención médica y contención emocional. Una vez en funciones, el nuevo gobierno expidió visas humanitarias para todos aquellos que quisieran permanecer en México, pero la gran mayoría continuó con su propósito de ingresar a Estados Unidos. Cientos lograron su objetivo y algunos de ellos se encuentran esperando la resolución a sus solicitudes de asilo, aunque muchos en centros de detención; otros tantos permanecen en Estados Unidos de manera irregular y con el riesgo de ser deportados; cientos más continúan varados en la ciudad de Tijuana, en la frontera norte de México y algunos otros se han asentado en diversos estados del país. 

Las caravanas continuaron y aunque el número de integrantes varió, el último éxodo relevante incluyó, en marzo de 2019, a más de 3000 personas, que terminaron de colapsar el aparato gubernamental, que dejó la amabilidad inicial atrás comenzando una serie de redadas y procesos masivos de detención; se desplegaron agentes federales y 6000 elementos de la nueva Guardia Nacional se distribuyeron en retenes y puntos de control a lo largo de la frontera con Guatemala, de manera que al militarizarse la política migratoria se alejó del discurso de derechos humanos, promovido entonces por las autoridades en los medios masivos de comunicación. Con antelación, desde el 28 de enero de 2019, la Secretaría de Gobernación había concluido el Programa Emergente de Tarjetas de Visitantes por Razones Humanitarias y disminuyó considerablemente los apoyos institucionales. Por si eso no bastara, aunque en condiciones diferentes, también en México ocurrió la muerte de una menor de edad estando bajo el resguardo del Instituto Nacional de Migración: Stephanie Velázquez, guatemalteca de 10 años, quien falleció el 15 de mayo de 2019 en la Estación Migratoria de la Alcaldía Iztapalapa al caer de una litera. Había sido trasladada un día antes junto a su madre desde el estado de Chihuahua. La señora fue deportada junto con los restos de su hija.

RUTH

Ruth es una niña salvadoreña de 10 años, se describe así misma como «alta, bonita, con jos verdes, pelos castaño y nariz mediana»… «poquito feliz» y «enojona». Ahora que es migrante puede hacer amigos con más facilidad. Ruth tuvo que abandonar su escuela y a sus amigos de El Salvador para migrar con su padre a los Estados Unidos.

Antes de salir de El Salvador, a Ruth le gustaba mucho jugar con sus amigos al “escondite” y  “mica pelota”. Le divierten también los juegos de mesa, como lotería o el dominó.

Ella piensa que su país es violento,  porque veía con frecuencia a personas muertas en la calle. Ella trabajaba en su colonia entregando papas fritas, ganaba $50 dólares salvadoreños por semana, los cuales gastaba en comida, juguetes, y un porcentaje lo compartía con su primo por acompañarla a entregarlas.

Cuando emigró, llevó consigo dos pares de zapatos, cinco pantalones, cinco blusas, adornos para el cabello y sus dos muñecos preferidos, una jirafa y un pato de peluche. Este último es regalo de su abuela, a quien confiesa extrañar mucho y, para sentirla cerca, acostumbra platicar con él. Además de echar de menos a sus seres queridos y a su perra, Chispita Canela, Ruth extraña mucho festejar con su familia la Navidad y el fin de año. 

Historias en travesías

HISTORIAS DE LAS NIÑAS Y NIÑOS EN LAS CARAVANAS

Ruth

Ruth se define a sí misma como “enojada”, lo que nosotros en México llamaríamos “enojona”. No le gusta que la contradigan ni que le den órdenes.

“No me gusta que me digan cosas, porque algunas personas me dicen cosas, como: ‘Yo quiero que hagas esto’, y yo digo otra cosa, y por eso me enojo”.

Sin embargo, ella afirma que ha cambiado a raíz de la migración, pues antes le resultaba más fácil hacer amigos y entender las cosas. En México, en cambio, todo es diferente y nunca permanece mucho tiempo en un mismo lugar. A eso atribuye el hecho de hoy sentirse “poquito feliz”.

Cuando le pregunté cómo se describiría, me contestó:

“Soy una niña salvadoreña, tengo 10 años, soy alta, bonita, tengo ojos verdes, pelo castaño, nariz mediana… sólo eso… ¡Ah, y soy poquito feliz!”.

Esto no resulta extraño si conoces su historia. Sus padres son divorciados, ella vivía con su madre, su hermano de 14 años y su padrastro, que tenía un taller mecánico, motivo por el cual la condición económica de su familia no era mala. Un día su padre biológico apareció en casa e invitó a ella y a su hermano a pasar las vacaciones con familiares de él que vivían en Guatemala. La madre de Ruth le concedió permiso de llevarse a los niños, pero el plan de él era unirse a la caravana que se dirigía a México en noviembre de 2018 y poder llegar a California, Estados Unidos, a la casa de una tía que había ofrecido recibirlos para que pudieran empezar una nueva vida.

  Al entrevistar al papá de Ruth, comentó que su exesposa era una madre irresponsable y que en realidad él tenía la custodia legal de los niños, pero ante la crisis de su país, llevaba más de un año desempleado, razón por la que tuvo que aceptar que sus hijos vivieran con ella y su nueva pareja. También dijo que el padrastro bebía mucho y tenía comportamientos “abusivos” hacia Ruth, lo cual a él le generaba el temor de que en algún momento atacara sexualmente a su hija, y que esas eran las causas por las cuales se había visto en la necesidad de mentir. Su exesposa interpuso una demanda contra él acusándolo de secuestro, pero el cónsul de su país, en territorio mexicano, revisó los documentos del caso y confirmó que él era el titular de la patria potestad, por lo que no existían motivos legales para detenerlo o perseguirlo. 

Lo cierto es que aunque sus intenciones fueron buenas, trajo a sus niños a México con engaños, lo cual provocó inestabilidad emocional en ambos. Además, porque él venía acompañado, a su vez, por su nueva compañera y dos hijos adolescentes de ella. Esta situación ocasionó pleitos cotidianos recurrentes, pues Ruth y su hermano no aceptaban a la pareja de su padre como figura materna; a veces los hijos de ambos peleaban, lo que terminaba en un conflicto entre los adultos. Si a eso sumamos todos los factores de tensión que conlleva la migración: pasar hambre, sed, frío, calor, cansancio, posibles enfermedades, incertidumbre, miedo, incomodidades, dolores físicos, entre muchos otros, no es difícil imaginar la mezcla de sentimientos que experimentaban Ruth y su hermano adolescente, cuya edad, 14 años, trae de por sí una serie de cambios físicos y emocionales complicados de manejar.

“A veces me entra el enojo, es como que una parte me dice que me porte bien y otra que no. Como si tuviera un angelito y un diablito peleándose en mi cabeza […] he cambiado mucho; para mal, porque he cambiado mi actitud, mi forma de ser. Es que se mete el miedo en mí, por eso he cambiado, me molesto con las personas, me molesto y me peleo”. 

Ruth tuvo que abandonar sus estudios, cursaba el tercer grado de primaria. Cuenta que en El Salvador tenía muchos amigos, aproximadamente veinte, entre niños y niñas, aunque prefería la compañía de las niñas. Con ellos acostumbraba jugar al “escondite”, para que otros la buscaran. También jugaban “mica pelota”, que consiste en que alguien lleve una pelota en la mano y la lance a otro con el propósito de pegarle, para que después este jugador persiga a otro candidato que lo supla; a veces, de acuerdo con Ruth, se divertían también con juegos de mesa, como lotería o dominó. 

La pequeña piensa que su país es “más o menos” violento, porque ella veía con frecuencia a personas muertas en la calle. “Es que donde yo vivía, seguido había muertos, porque había pandilleros allá y mataban a medianoche a personas y las tiraban a un lote que estaba ahí enfrente, eran los de la MS-13, los de la Mara Salvatrucha”. Ruth cree que a ella no la molestaban porque en la colonia donde vivía, Santa Lucía, había muchos comercios cercanos, por eso cuando ella iba a la tienda, único lugar al que le permitían ir sola, su mamá la vigilaba desde la ventana de su casa, y aunque había parques cercanos, ni a ella ni a sus primos los dejaban frecuentarlos, pues sus familiares cuidaban mucho a los niños, de acuerdo con su testimonio. Ella trabajaba en su colonia entregando papas fritas que un vecino preparaba, le pagaban $50 dólares salvadoreños por semana, los cuales gastaba en comida, juguetes, y un porcentaje lo compartía con su primo por acompañarla a entregarlas. 

  Ruth recuerda que estando en Guatemala, de visita con los familiares de su padre, él les confesó la verdad sobre su intención de unirse a la caravana.

“Mi hermano se puso a llorar y a mí tampoco me gustaba la idea, porque allá, en mi país, sí conozco y aquí no”. Ella no tenía conciencia aún de lo que significaba ser un migrante, por lo que cuando se unieron al colectivo en Tapachula sintió temor, “porque la gente era hondureña, guatemalteca, salvadoreña, y yo no la conocía, me daba miedo, además nunca había visto tanta gente viajando junta, eran como 3000. Fue un viaje muy incómodo porque nos quedábamos en la calle, en parques, y luego ellos jalaban a personas, o sea, se las robaban, y algunos desaparecían. Eso contaban […]. Pensé que nos iban a hacer algo malo o a violar”.

Al tratar de indagar más para saber si en realidad entendía lo que es una violación sexual, ella demostró que, aunque no del todo, sí comprende que se trata de un abuso físico en contra de su voluntad.

Al salir de su casa, Ruth y su hermano se despidieron de su madre, su abuela, tía y primas, pero recuerda no haber sentido tristeza, pues imaginaba que volvería a verlas pronto. Nunca pasó por su cabeza estar en México ni formar parte de la caravana. Cuando emigró, llevó consigo dos pares de zapatos, cinco pantalones, cinco blusas, adornos para el cabello y sus dos muñecos preferidos, una jirafa y un pato de peluche. Este último es regalo de su abuela, a quien confiesa extrañar mucho y, para sentirla cerca, acostumbra platicar con él. Además de echar de menos a sus seres queridos y a su perra, Chispita Canela, cuenta que extraña mucho festejar con ellos fiestas como la Navidad o el fin de año. 

“Comíamos pavo, estrenábamos zapatos y ropa, cenábamos en familia, quebrábamos piñatas, en la tardes comíamos pupusas (antojito salvadoreño); a veces íbamos a la playa; me hacen mucha falta esas cosas…”,

y aunque en México ha probado platillos nuevos como los “tacos” o el “pozole”, que le gustan, añora los sabores de su país.

Entre las experiencias más desagradables del tránsito, Ruth recuerda el papel de las autoridades mexicanas.

“La policía de México se ha portado más o menos con nosotros, porque cuando veníamos en las combis (transporte público) nos bajaban y nos decían que nos iban a deportar […] Creo que mejor deberían dejarnos pasar, cuidarnos, no hacernos caso, no mirarnos, porque nosotros no les hacemos nada”.

También se acuerda con tristeza de la primera vez que tuvo que dormir en la calle; confiesa haber llorado y decirle a su papá que extrañaba su casa y quería volver a El Salvador, pues sentía mucho miedo; pero él la tranquilizó prometiéndole que en cuanto lograran establecerse en Estados Unidos las cosas mejorarían y estarían mucho mejor que en su “tierra”, por eso ella imagina que ese país es muy bonito y con muchos lugares turísticos, pues sus familiares paternos que viven en California constantemente le envían fotos de playas y lugares hermosos que ella sueña pronto conocer.

La pequeña reflexiona:

“Yo creo que el gobierno de El Salvador tiene la culpa de que la gente se vaya porque no hacía nada para la gente pobre, y aquí en México nos dan mejores cosas, ropa, zapatos, comida, y allá no”. 

  Le pregunté: si pudiera tomarte una foto ahorita y tú pudieras escoger el lugar en el que quisieras que te la tomara, ¿cuál escogerías? A lo que ella me respondió:

“En un parque que se vea bonito, cerca de un lago. Me gustaría ir vestida con una camisa de unicornio y con esta mochila que me trajo Santa Claus, con unos zapatos nuevos y con este pantalón que ando ahorita, con usted o con mi papá”.

Su mamá le envió dinero para Navidad y su padre lo cobró a través de Banco Azteca, con eso ella pudo comprar la ropa que estrenó el 24 de diciembre. 

  A Ruth le ha costado mucho poder hacer nuevos amigos porque en un principio creía que los demás migrantes eran gente mala, “feíta”, por lo que le daba miedo acercarse a otros niños; con la convivencia esto cambió, y aunque se relaciona con los demás, tiende mucho a pelear y es frecuente encontrarla enojada o llorando por los rincones.

Por otra parte, pese a las incomodidades y adversidades que junto a su padre, hermano y otros migrantes ha tenido que padecer, Ruth no deja de ser niña, por lo que también considera que todo lo vivido forma parte de una gran aventura que le ha permitido conocer a personas diferentes, escuchar acentos distintos, probar comidas nuevas y visitar otros lugares. Comenta que en el futuro le gustaría vivir en Estados Unidos, retomar sus estudios y que su mamá pueda ir a visitarla.

Kimberly

Kimberly, integrante de otra de las Caravanas centroamericanas, se describe de la siguiente manera:

“Tengo nueve años, soy guatemalteca; soy chaparrita, morena, mi cabello es largo, lacio, soy juguetona, tengo muchos amigos, tengo dos hermanos, mi hermana de 15 años y mi hermanito de cuatro; dejé a muchos amigos en Guatemala, nunca trabajé, iba a la escuela y soy feliz”.

Al momento en que emigró con su familia confiesa haber experimentado temor: “Cuando veníamos saliendo, sí me sentí un poco insegura”, pero permanecer en Guatemala también la atemorizaba, pues conocía ciertos casos desafortunados, como el de dos niñas que eran sus vecinas y fueron secuestradas. Nunca se volvió a saber de ellas. También sus propios padres fueron víctimas de la violencia en repetidas ocasiones. En una, su papá iba en moto con los hermanos de Kimberly y, por asaltarlo, pusieron la pistola en la cabeza del pequeño de cuatro años.

“Desde entonces ya nos daba miedo salir, sólo la pasábamos en la casa, a veces yo iba a la tienda con mi tío, pero porque sólo salía al callejón, caminábamos dos, tres pasos, y llegábamos a la tienda. Mi mamá me llevaba a la escuela e iba por mí”.

Es decir, la vida de la niña transcurría entre su casa y la escuela. Si llegaba a salir a algún otro lugar, lo hacía siempre en compañía de sus padres.

A diferencia de Ruth, Kimberly sí sabía el significado de la palabra “migrante”, porque su mamá siempre hablaba de la migración porque no le gustaba el trabajo que desempeñaba en su país.

“Mi mamá trabajaba en un table dance, pero ella no bailaba, sólo atendía al público; su trabajo era hacer la limpieza y atender la barra. A ese trabajo yo no la acompañaba, pero en otro trabajo que tenía sí fui como tres veces y la ayudaba a destapar las bebidas”.

En un principio, la señora quería realizar el viaje a Estados Unidos sólo con el más pequeño de los niños, pues creía que de esa forma sería más fácil obtener asilo, pero desistió de la idea ante las constantes advertencias de familiares y amigos, quienes le explicaban los peligros que tal desplazamiento significaba. Por eso, cuando escuchó sobre las caravanas, convenció a su esposo de que se unieran a alguna, pues en ese momento ellos ya vivían en México.

La familia había emigrado con anterioridad a los éxodos de octubre de 2018 porque, cierta noche, al ir ella a recoger a su esposo a la salida del trabajo, presenciaron una balacera que concluyó con el asesinato de un joven. Los delincuentes eran vecinos que conocían al matrimonio y sabían dónde vivía.

“Al día siguiente llegaron a nuestra casa tirando balas y todo eso, y por eso mejor nos decidimos a venirnos todos juntos; mis papás tuvieron que dejar los dos su trabajo y mis hermanos y yo la escuela. Yo iba en tercero de primaria y lo que más me gustaba era pintar, o sea, la clase de artes plásticas. ¡Ah, y también las matemáticas!”.

  Ese último episodio de violencia fue el que provocó que la familia de Kimberly se viera forzada a emigrar. Ella recuerda que su viaje se atrasó porque el chofer del autobús que tomaron desde la capital hacia la comunidad fronteriza de “El Naranjo” iba en estado de ebriedad, hacía paradas constantes y llegaron por eso demorados a su destino. Después abordaron otro autobús hacia “El Ceibo”, donde se quedaron tres días. Ahí su mamá consiguió un permiso para entrar legalmente a México como visitante, pero sólo duraba siete días y la autorización se reducía a cinco estados de la frontera sur. Fue así como llegaron a la ciudad de Cancún, en Quintana Roo, donde permanecieron casi seis meses de manera irregular mientras sus padres trabajaban, intentando reunir dinero para continuar el viaje. 

  Como en Guatemala Kimberly vivía en el puerto de Izabal, estaba acostumbrada al calor y al mar, por lo cual afirma haber disfrutado mucho su estadía en Cancún. Pero eso no disminuía la tristeza de haber dejado todo atrás.

“Es que salimos sin decirle nada a nadie, ni a nuestra familia. Al día siguiente de que nos fuimos, mi mamá llamó a mi abuelita y le dijo que agarrara las cosas de nuestra casa que le pudieran servir y que nos guardara nuestra ropa y cosas así, por eso mi abuela está cuidando lo de nosotros allá en su casa, porque nosotros rentábamos, no teníamos casa propia”. Kimberly asegura extrañar mucho a su familia, su escuela, su maestra y sus amigos: “Me tocó que olvidarme de ellos”. También echa de menos el mar, “la playa que se llenaba de negritos bailando ‘punta’ (baile garífuna), los ríos, las cascadas”, pero entre todo, lo que más extraña, sin duda, es la presencia de su abuela. “Cuando salimos me puse triste porque dejé a mi abuelita y no me pude despedir de ella, mi hermana y yo nos sentimos muy tristes pero como mi hermanito está chiquito él no entiende nada y, cada vez que tomábamos un bus, él sólo repetía que ya estábamos más cerca de Guatemala”.

De la comida, añora las tortillas de harina, la pizza y las sopas instantáneas de Guatemala, pues piensa que las que consumía allá no pueden compararse con las de México. De entre los momentos especiales, ella también recuerda la Navidad, al igual que Ruth, como una de las fechas más bonitas y significativas. Recuerda que asistía a misa con sus padres, cenaban en familia y se divertía con sus primos y hermanos abriendo regalos, jugando hasta el amanecer y “reventando cohetes”. 

En 2018, para esta celebración, su abuelita le envió dinero a su mamá, vía “MoneyGram”, con lo que pudieron recargar el teléfono celular familiar y realizar una videollamada en la que intercambiaron parabienes. Y es que con la finalidad de que no olviden a sus seres queridos, la mamá de Kimberly procura llamarlos por teléfono cada vez que puede o “conectarse en video”, para que los niños vean a su abuelita y la tengan presente. “Mis familiares preferidos son mi tío y mi abuela, porque me trataban con mucho cariño”.

  Como los padres de Kimberly, a inicios de 2018, no sabían que se organizarían las caravanas, partieron rumbo a México llevando una gran cantidad de ropa. Cuando decidieron unirse al colectivo migrante viajaron rumbo a Villa Hermosa, Tabasco, y luego a la capital mexicana. Llegaron de noche y no conocían la ciudad; desafortunadamente, los asaltaron cerca del hotel en el que pensaban quedarse, pero después que les robaron lo que habían ahorrado en Cancún, al verse sin nada, tuvieron que vender ropa y maletas para poder pagar dos noches de hotel y alimentación. Para ese momento el gobierno de la Ciudad de México había habilitado un albergue temporal al que la familia acudió y desde entonces se unió a los demás miembros de aquella caravana.

“Junto con un grupo de migrantes hemos estado en albergues como el Estadio Palillo, en la Ciudad Deportiva, la Casa del Peregrino, el Faro Tláhuac, la Casa de los Adultos Mayores, en Álvaro Obregón, pero antes pasamos por otros lugares como Huixtla y Tapachula, y por muchas partes, pero no me recuerdo bien de los nombres de todos los lugares”.

Al preguntarle dónde, con quién y cómo le gustaría ser fotografiada, dijo:

“Me gustaría estar sola, en el ángel de la Independencia (escultura simbólica de la capital mexicana) y tendría que escoger mi ropa más bonita”.

Al cuestionarla sobre sus gustos musicales compartió que su canción favorita es una cuya letra dice algo como: “Yo andaba descalzo, yo no quiero amigos ricos, mucho menos falsos”, pero no recordó el nombre del intérprete. 

Respecto a la migración, piensa que muchos guatemaltecos salen de su país porque tienen familia en Estados Unidos y desean reunirse con ella. También considera que el gobierno de su nación tiene la culpa porque no los ayuda a conseguir trabajo.

“Algunos van a las empresas y les piden que sean mayores de edad y que deben tener sus papeles y todas esas cosas que cuesta mucho conseguir. Una vez mi papá pasó mucho tiempo sin trabajo”. 

Otra de las cosas que confiesa no le gustan de su país es que existan personas racistas. 

Allá donde yo vivía hablaban lenguas indígenas como el quiché o el garífuna, pero yo no aprendí […] Me daba cuenta de la discriminación cuando trataban mal a una persona por su color de piel o porque hablaba un idioma diferente. En la escuela yo tenía un amigo que hablaba lengua kakchiquel y una compañera le dijo que no hablara ese idioma feo y él se puso triste. Yo le dije a mi directora lo que ella le había dicho y ella le explicó a mi compañera que ese era un idioma tan hermoso, que todo Guatemala debía saber.

En México ella no recuerda haber presenciado actitudes discriminatorias, pero lo atribuye a que casi no salen más allá de los albergues y a que las veces en que han viajado en autobuses, siempre ha sido de noche.

“Como vamos roncando en el bus, no me doy cuenta [además], nosotros siempre hemos ido bien vestidos en los viajes, nada de licras ni nada de eso, mi mamá me pone vestido… una vez en Veracruz se subieron retenes y bajaron a unos, pero a nosotros no, el policía se le quedó viendo a mi papá, pero como iba dormido, se siguió”.

Kimberly comentó que se ha topado con personas que le preguntan si no se siente mal por haber nacido en Guatemala, a lo que ella siempre les responde: “Tal vez su país es feo, pero el mío no”.

En México le gusta visitar los centros comerciales y supermercados como “Walmart” y “Chedraui”, “sólo por ir a ver, porque como somos pobres no podemos siempre comprar, pero al menos nos distraemos viendo cosas”. Y entre sus planes a futuro también visualiza a su familia en Estados Unidos, país que se imagina lleno de grandes ciudades y muchos automóviles.

“Allá voy a estudiar y cuando termine voy a hacerle una casa muy grande a mi mamá; pero también me gustaría reunirme con mi familia de Guatemala otra vez, sé que vamos a llorar mucho”.

caravanas

Entre la solidaridad y el rechazo 

Las niñas, niños y adolescentes merecen acceder al refugio y la protección internacional cuando emigran por razones de sobrevivencia o si lo hacen no acompañados (Luis Kelly. Campamento migrante en las calles de Ciudad de México).

primera oleada

Reunió alrededor de siete mil personas, con “una destacada presencia de mujeres, niñas y niños, personas adultas mayores, familias completas, fundamentalmente procedentes de Honduras” (Gandini, 2019: 24). Coincidió con la transición presidencial en México. Contó con una actitud solidaria por parte de la sociedad, en general.

OCTUBRE de 2018

Muchos niños, niñas y adolescentes centroamericanos migraron en las Caravanas de 2018 contra su voluntad, pues sus padres los llevaron de manera obligada. (Luis Kelly. Campamento migrante en las calles de Ciudad Hidalgo, Chiapas.)

Segunda oleada

Estuvo integrada por “alrededor de trece mil personas de origen centroamericano, con una composición más diversa por nacionalidades” (Gandini, 2019: 25). El gobierno la recibió con una buena actitud y ofreció visas humanitarias y la posibilidad de iniciar el procedimiento para solicitar la condición de refugiado, a quienes así lo consideraran.

17 de enero de 2019

Los niños, niñas y adolescentes que participaron en las Caravanas tuvieron que enfrentar hambre, sed, frío, calor, cansancio, enfermedades, incertidumbre, miedo, incomodidades, dolores físicos, entre muchas otras incomodidades. (Luis Kelly. Campamento migrante en las calles de Ciudad de México).

tercer oleada

Aproximadamente, tres mil personas fueron llegando en pequeños grupos. Cambia la actitud oficial, finaliza abruptamente el programa emergente de emisión de tarjetas de visitante por razones humanitarias y la actitud prevaleciente es la hostilidad. Inician procesos de detención y aumentan las medidas de control y presencia policíaca (Gandini, 2019: 26-28).

30 de marzo DE 2019

Las caravanas estuvieron integradas por grupos muy diversos; viajaron en ellas personas de todas las edades y de diferentes clases sociales, con vulnerabilidades distintas. Lo que los unificó como éxodo fue la migración forzada. El hecho de viajar juntos como colectivo representó una estrategia de protección, pues la visibilidad los ayudó a reducir peligros y costos, además, les permitió una atención más expedita de las autoridades, y aunque existía el riesgo implícito de la deportación, también era grande la posibilidad de cumplir su objetivo de llegar a Estados Unidos.

En distintos medios de comunicación se afirmó que esta movilización masiva había sido manipulada y financiada, en gran medida, por personajes con intereses políticos y económicos, pues las principales fechas de expulsión coincidieron con las elecciones intermedias de Estados Unidos, así como con la transición hacia el nuevo gobierno mexicano, al que se pretendió desestabilizar, de acuerdo con la opinión de algunos analistas políticos. 

Lo cierto es que, aunque pueden existir centroamericanos que hayan resultado beneficiados económicamente con esta coyuntura, el común denominador no correspondió a este perfil, puesto que las causas estructurales, en la mayor parte de Centroamérica, son las que han propiciado las condiciones insostenibles de despojo, miseria, violencia, inseguridad y corrupción que hoy obligan a miles de seres humanos a escapar y a perseguir mejores oportunidades y condiciones de vida. Además, cada vez más migrantes están conscientes de sus derechos, razón por la que, mediante las caravanas, los exigieron no sólo para ellos, sino también para los que vendrán.

Aunque por momentos hubo destellos de apoyo institucional, la mayor parte del tiempo las estrategias del gobierno mexicano buscaron la disuasión, el desgaste emocional de los migrantes, la contención y la división de las caravanas. La ayuda humanitaria provino principalmente de la sociedad civil y de las organizaciones religiosas, y a pesar de que las condiciones de gran parte de los éxodos fueron de vulnerabilidad por no tener alimentos, techo, medicamentos ni seguridad, así como por estar expuestos a las inclemencias del tiempo, las autoridades fueron omisas al negar protección internacional incluso a niñas, niños y adolescentes; de hecho, una de las órdenes que asumieron consistió en rechazar desde la frontera a los menores de edad que viajaban no acompañados. (6) 

  Al principio no existió coordinación en las medidas que se tomaron y cada autoridad estatal respondía de acuerdo con su voluntad política; además, los albergues temporales instalados ante la emergencia no cumplieron con las condiciones adecuadas ni con la salubridad necesaria. La falta de atención, el hacinamiento y las malas condiciones del viaje provocaron, en cada una de las caravanas, diversos cuadros infecciosos: cutáneos, gastrointestinales, respiratorios, además de otro tipo de enfermedades, principalmente en niñas, niños, adolescentes, mujeres y adultos mayores.

  Las muestras de solidaridad disminuyeron notablemente frente al incremento de las actitudes hostiles y discriminatorias. La población en ciudades como Tijuana organizó manifestaciones en contra de estos éxodos, mientras en ciertos municipios de Chiapas y Oaxaca se implementaron actitudes xenófobas, como fumigar a los migrantes mientras dormían en las calles o permanecían en espacios abiertos, por miedo a que fueran portadores de virus y propagaran epidemias. Por su parte, en Ayutla, Tecún Umán, con piedras y palos los habitantes obligaron a huir de esa frontera al grupo que se concentró en el centro de la localidad, y defensores de derechos humanos y activistas fueron acosados por su labor y recibieron críticas de la opinión pública. 

Al llegar a Estados Unidos, miles de niñas, niños y adolescentes son enviados a Centros de detención habilitados como “albergues”, en los que se ha encerrado a los menores de edad en “jaulas” y se les ha sometido a toda clase de abusos físicos y psicológicos (Ana Luz Minera Castillo. Dibujo de un niño realizado en el Albergue “Hermanos en el Camino”, Ciudad Ixtepec, Oaxaca, México).

Entretanto, Donald Trump amenazó con imponer e incrementar aranceles a los productos mexicanos, lo cual generaría una grave crisis económica al país; para evitarla, ambos gobiernos llegaron a un acuerdo el 7 de junio de 2019, mediante el cual México se comprometió a detener los flujos migratorios y aceptó recibir a más de 10 000 centroamericanos solicitantes de asilo en espera de una resolución del gobierno estadounidense. Y aunque las leyes mexicanas, en teoría, no autorizan la recepción de retornados de terceros países, es decir, que no sean mexicanos y cuya repatriación ordene otro país, en este caso, Estados Unidos, en la práctica sí se está llevando a cabo esta medida. 

Uno de los resultados al final de la coyuntura de las caravanas fue que México concedió a Estados Unidos las facilidades para convertirse, de facto, en “tercer país seguro”, pese a no contar con los mecanismos legislativos o de infraestructura adecuados y aunque con esto el Estado sea omiso y termine violando los estatutos del refugio internacional. Estas medidas están convirtiendo a la frontera sur, de manera simbólica, en el muro que tanto anhela Trump construir. Tan sólo en los primeros ocho meses de 2019 fueron devueltas a México 38 291 personas solicitantes de asilo en la Unión Americana, cuya mayoría sigue en espera de su primera audiencia en la corte en los diferentes puertos de entrada. Los procesos de asilo en una corte de inmigración de Estados Unidos actualmente tardan, en promedio, más de 700 días. Es decir, durante más de dos años, los solicitantes renviados a México deben esperar en este país, generalmente sin ningún apoyo económico y en condiciones de alto riesgo. (7)

De esta forma, el nuevo pacto entre ambos países sentó las bases de la que será en adelante la política migratoria del nuevo gobierno mexicano: servir a los intereses de Estados Unidos y coadyuvar en la preservación de su tan anhelada “seguridad nacional”. Y entre negociaciones políticas que vienen y van, la vida de niñas, niños y adolescentes que voluntaria o involuntariamente formaron parte de las caravanas y continúan sumándose a los imparables flujos poblacionales, se ve trastocada de múltiples maneras y expuesta a innumerables peligros ante la insensibilidad y la xenofobia de unos, las necesidades y sueños de otros, y los intereses económicos y políticos de unos cuantos más. 

CARAVANAS EN NÚMEROS

PERSONAS FORMARON PARTE

Solicitudes refugio

SOLICITUDES DE REFUGIO INFANTIL

Por qué es relevante

La migración forzada de centroamericanos rumbo a Estados Unidos ha sido una constante desde hace más de tres décadas. Las políticas migratorias, el cierre de fronteras y la violencia contra quienes migran ha generado estos movimientos colectivos de migrantes, que viajan juntos con el propósito de acompañarse y protegerse mutuamente. Estos movimientos llamaron la atención de los medios de comunicación y provocaron una situación de crisis en los sistemas fronterizos de salud y de ayuda humanitaria.

Las imágenes de la niñez en estos movimientos nos muestran la gravedad de estas circunstancias.

Cuál es la situación

Son casi 3000 las solicitudes de refugio para niñas y niños que van en estos movimientos de migrantes. La solidaridad inicialmente conseguida por las caravanas se ha ido diluyendo como consecuencia del discurso de odio y la xenofobia promovidos por políticos irresponsables y reproducidos por los medios masivos de comunicación. Esto se traduce en la construcción de una narrativa de separación y la construcción de la imagen del migrante como peligro.

Esto justifica políticas racistas y excluyentes que repercuten directamente en la vida de millones de familias y las vidas e historias de miles de niñas y niños.

cómo puedes apoyar

La solidaridad es parte de nuestra humanidad y no de un discurso institucional, recupérala. Estos movimientos nos recuerdan la importancia de apoyarnos y cuidarnos entre todos.

Escucha con atención la voz de estas niñas y niños que nos están convocando a crear mundos más justos. Conéctate con aquellas personas que están construyendo estos espacios seguros para quienes van en las caravanas.

notas al pie

  1. También existe la “Caravana centroamericana de madres de migrantes desaparecidos”, que desde hace 14 años viaja consuetudinariamente a México para dar seguimiento a los casos de sus hijos, cuyo paradero aún se desconoce.
  2. Desde finales del siglo xx, la Parroquia de Cristo Crucificado abrió sus puertas para dar hospedaje y alimento a las personas migrantes. El 25 de abril de 2011 el albergue se trasladó de la casa parroquial a su actual sede y fue nombrado “La 72, Hogar-Refugio para personas migrantes”, en honor a los 72 centro y sudamericanos asesinados en San Fernando, Tamaulipas, México, por el cartel de “Los Zetas”, entre el 22 y 23 de agosto de 2010, exterminio que continúa impune. Véase “Historia”, La 72. Hogar-Refugio para Migrantes. Tenosique, Tabasco (sitio de internet), s/f. Recuperado el 10 de junio de 2019 de https://la72.org/historia/
  3. Entrevista con el director del Albergue “Hermanos en el Camino”, 16 de abril de 2017; Petrich, Blanche, “El Viacrucis surgió por la violencia contra migrantes”, La Jornada, 25 de abril de 2014, p. 9. 
  4. “Cronología especial sobre política migratoria. Reporte especial sobre la crisis de los niños migrantes y separación de familias en Estados Unidos y su impacto en los procesos migratorios en América del Norte (junio-octubre de 2018)”, Observatorio Norteamericano CISAN, México, CISAN-UNAM, 4 de octubre de 2018.
  5. “6 niños migrantes han fallecido bajo custodia de EUA” (archivo de video), NowThis Español (Facebook), 24 de mayo de 2018. Recuperado el 14 de diciembre de 2019 de: https://www.facebook.com/NowThisEspanol/videos/2106398399657201/ ;“Dedican altar a niños migrantes que murieron cruzando la frontera con México”, La Jornada maya, 1 de noviembre de 2019. Recuperado el 14 de diciembre de 2019 de: https://www.lajornadamaya.mx/2019-11-01/Dedican-altar-a-ninos-migrantes-que-murieron-cruzando-la-frontera-con-Mexico ; “New Video Shows Border Patrol Account of Child’s Death Was Not True” (archivo de video), ProPublica (YouTube), 5 de diciembre de 2019. Recuperado el 16 de diciembre de 2019 de: https://www.youtube.com/watch?v=YN_CXOS3yuc&feature=youtu.be&fbclid=IwAR2ZM1cfT3GjmwV_u38WdwNwjhaoGsOCbAKQ5f_j69kILPFyHX3I6HE_AIE&app=desktop ; “Muere niña guatemalteca de diez años bajo custodia del Instituto Nacional de Migración de México”, Wola, 20 de mayo de 2019. Recuperado el 18 de diciembre de 2019 de: https://www.wola.org/es/2019/05/muere-nina-migrante-instituto-nacional-migracion/ ; Alejandra Natalia Rodríguez, “Seis menores migrantes murieron bajo custodia de EU y México”, CC News, 21 de mayo de 2019. Recuperado el 18 de diciembre de 2019 de: https://news.culturacolectiva.com/mundo/seis-menores-migrantes-murieron-bajo-custodia-de-eu-y-mexico/ ; “La sociedad civil de México y Estados Unidos llamamos a un alto al sacrificio de vidas migrantes” (comunicado), Hispanics in Philanthropy (sitio de internet), 21 de mayo de 2019. Recuperado el 20 de diciembre de 2019 de: https://hiponline.org/la-sociedad-civil-de-mexico-y-estados-unidos-llamamos-a-un-alto-al-sacrificio-de-vidas-migrantes/ ; Dean Obeidallah, “La muerte de una niña de 10 años en custodia de Estados Unidos sería el peor encubrimiento de Trump”, CNN en Español, 27 de mayo de 2019. Recuperado el 20 de diciembre de 2019 de: https://cnnespanol.cnn.com/2019/05/27/la-muerte-de-una-nina-de-10-anos-seria-el-peor-encubrimiento-de-trump/ ; Catherine E. Shoichet, “La corta vida y el largo viaje de una niña de la India, de 6 años, que murió cerca de la frontera entre EE. UU. y México”, CNN News, 25 de junio de 2019. Recuperado el 20 de diciembre de 2019 de: https://cnnespanol.cnn.com/2019/06/25/la-corta-vida-y-el-largo-viaje-de-una-nina-de-la-india-de-6-anos-que-murio-cerca-de-la-frontera-entre-ee-uu-y-mexico/
  6. Información difundida en las redes sociales por la Misión de Observación de Derechos Humanos de la Crisis Humanitaria de Refugiados y Migrantes en el Sureste de México, 29-31 de mayo 2019.
  7. Ana Langner, “En 8 meses, EU regresó a México más de 38 mil migrantes que esperan asilo”, La Jornada Baja California, 3 de noviembre de 2019. Recuperado el 18 de diciembre de 2019 de: https://jornadabc.mx/tijuana/03-11-2019/en-8-meses-eu-regreso-mexico-mas-de-38-mil-migrantes-que-esperan-asilo

Referencias

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“Cronología especial sobre política migratoria. Reporte especial sobre la crisis de los niños migrantes y separación de familias en Estados Unidos y su impacto en los procesos migratorios en América del Norte (junio-octubre de 2018)”, Observatorio Norteamericano CISAN, México, CISAN-UNAM, 4 de octubre de 2018. Recuperado el 18 de octubre de 2018 de: https://cisanunam.blogspot.com/2018/10/cronologia-especial-sobre-politica.html?fbclid=IwAR0bP-hf0J0YGep6HYBPtuuOZLFipRt6F_f58nqr2gJz8a0_6Gps_CesRYE

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Petrich, Blanche, “El Viacrucis surgió por la violencia contra migrantes”, La Jornada, 25 de abril de 2014, p. 9. 

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Las ‘oleadas’ de las caravanas migrantes y las cambiantes respuestas
gubernamentales. Retos para la política migratoria”, en Fernández de la Reguera Ahedo, Alethia et al. Caravanas migrantes: las respuestas de México, México, IIJ-UNAM, 2019, pp. 23-31.

Instituto Nacional de Migración. (2019, febrero 8). INM: Solicitudes Tarjetas de Visitante por Razones Humanitarias 17-29 enero 2019. Recuperado 7 de mayo de 2020, de https://observatoriocolef.org/infograficos/inm-solicitudes-tarjetas-de-visitante-por-razones-humanitarias-17-29-enero-2019/

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