como a las escondidas
el día a día de la vida en los santuarios
Dulce, daniela y david
Dulce de 10 años, su hermana Daniela de 9 años y su hermano David de 4 años han vivido junto con su mamá desde agosto del 2017 y por más de un año en la Iglesia de Holyrood al norte de Manhattan en la ciudad de Nueva York.
E n lugar de presentarse a las oficinas de inmigración con un boleto de regreso a su tierra natal, Guatemala, Amanda Morales Guerra, de 33 años, decidió refugiarse junto con sus tres hijos ciudadanos americanos, Dulce, Daniela y David, en agosto de 2017, en una iglesia episcopal en el norte de Manhattan, en la ciudad de Nueva York. Ésa fue su respuesta a la orden de las autoridades migratorias de abandonar el país o, de lo contrario, la deportarían y separarían de sus hijos. El acto público de Amanda de refugiarse es un reconocimiento visible de las devastadoras decisiones que los inmigrantes se ven obligados a tomar en Estados Unidos todos los días.
En respuesta a la actual crisis migratoria en Estados Unidos y a las políticas antimigrantes del presidente Donald Trump, fieles de diferentes denominaciones comenzaron a ofrecer refugio físico, protección, apoyo moral, acompañamiento legal y solidaridad a inmigrantes indocumentados con órdenes definitivas de deportación. Esta estrategia de resistencia en contra de las políticas antiinmigrantes, que se apoya en instituciones religiosas o de fe, data de 1980, con la creación del “Movimiento Santuario”, cuando cientos de iglesias y sinagogas convirtieron sus templos en un “santuario”, como un acto abierto de desobediencia civil, para dar refugio a migrantes centroamericanos que huían de la guerra civil en sus países. En respuesta directa al aumento de deportaciones en el gobierno de George W. Bush y Barack Obama, en 2007, se concibió el “Nuevo Movimiento Santuario”. Datos de la organización religiosa Church World Service estiman que durante la administración del presidente Donald Trump se han incrementado los casos de migrantes que han decidido “tomar santuario” (como se dice comúnmente) junto con sus familias. Hoy, más 50 de congregaciones en Estados Unidos han dado refugio a migrantes y a sus familias en riesgo de deportación.
El proceso de refugiarse en una iglesia o “tomar santuario” y, la resistencia a la deportación comienzan cuando una persona sin documentos que le permitan tener residencia legal en Estados Unidos ha sido sentenciada por la corte migratoria a retornar a su país de origen. Por esta razón decide refugiarse en un templo.
El proceso concluye cuando se suspende la deportación sin peligro de arresto. Puesto que no existe un marco de tiempo específico en la duración del refugio en un santuario, la persona puede permanecer ahí durante periodos que van desde algunas semanas, hasta meses o, incluso, años. Es una especie de “arraigo domiciliario”.
Aunque el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés) considera que las iglesias (así como escuelas y hospitales) son “lugares sensibles”, y a personas que se han refugiado en templos como “fugitivos” y “criminales”, por lo que están en riesgo de ser arrestados y deportados en cualquier momento. Y si bien quienes están en riesgo de ser deportados son los padres o madres de niñas y niños y adolescentes, es la familia entera la que experimenta el duro proceso de dar la pelea legal contra la deportación y la separación familiar. Dulce, la hija mayor de Amanda, de 10 años, su hermana Daniela, de 9, y David, de 4, han vivido junto con su mamá durante más de un año en la Iglesia de Holyrood con la esperanza de poder seguir viviendo juntos y que su mamá logré detener su deportación y obtener un estatus “legal”.
Su vida cambió cuando su mamá les hizo saber que por no tener “papeles de Estados Unidos” debía regresar a su país, aunque tenía la opción de refugiarse en una iglesia para evitarlo. A menudo, Dulce escuchaba las conversaciones de sus padres:
“Como yo soy la mayor, yo sabía que mi mamá iba ser deportada porque mis papás hablaban todo el tiempo de qué iban hacer, fue entonces que mi mamá nos trajo a esta iglesia”.
El día en que Amanda debía salir del país, un grupo de líderes de fe, activistas, políticos y miembros de la coalición New Sanctuary Movement organizaron una rueda de prensa para anunciar su solidaridad y apoyo a Amanda y a sus hijos ante los medios de comunicación. Era la primera vez que Dulce y Daniela salían en la televisión y eran entrevistadas por una docena de periodistas que les preguntaban repetidamente cómo se sentían y si tenían miedo de perder a su mamá o de que su mamá fuera deportada.
Dulce se sentía intimidada, no sabía qué decir, no quería estar enfrente de tantas cámaras con gente extraña, pero tenía la esperanza de que, dando entrevistas y haciendo más visible su situación, ayudaría a evitar la deportación de su mamá. Fue la primera familia en refugiarse en una iglesia en la ciudad de Nueva York durante la administración del presidente Donald Trump, por lo que la noticia ganó gran notoriedad y se difundió a nivel mundial.
Dulce, Daniela y David tuvieron que dejar su casa de un día para otro, su escuela, sus amigos, su familia y comunidad para mudarse a la iglesia con su mamá, a casi dos horas de distancia del hogar donde crecieron toda su vida, en Long Island. Salieron de casa con un par de mudas de ropa y unos juguetes. Tuvieron que dejar a sus pollitos, a los que cuidaban como mascotas, y los recuerdos “divertidos” del verano en la alberca de plástico que su papá les había comprado. Dulce y Daniela no pudieron despedirse de su amigos de la escuela; tenían pena de decirles sobre la situación por la que estaba atravesando su familia, no querían que sus amigos supieran que a su “mamá la estaba buscando la migra”, instancia a la que a veces confunden con policía o FBI. Su padre debía quedarse en casa, no podía mudarse con ellas por el riesgo de perder su trabajo. Al final, su familia iba a estar separada.
Al llegar a la iglesia, Amanda y sus hijos fueron alojados en una pequeña biblioteca que los miembros de la congregación y el padre Luis Barrios les acondicionaron como dormitorio. Sólo cabían dos literas y una pequeña mesa para comer. No era un espacio muy cómodo, pero Amanda les recordaba en todo momento a Dulce y Daniela que sólo vivirán ahí temporalmente, mientras se arreglaba su situación. Al respecto, comenta Dulce:
Me sorprendió que la iglesia era bastante grande y daba algo de miedo. Las mujeres que trabajaban allí me mostraron el cuarto donde íbamos a quedarnos. Estábamos contentos, pero cuando llegó la hora de que mi papá se fuera, empecé a llorar porque lo iba a extrañar. Porque me siento emocionada con facilidad y porque estaba sensible. Lloré mucho, pero las mujeres en la iglesia me dijeron que no llorara, que todo iba a estar bien. Así que me calmé y me despedí de mi papá. Me puse muy triste. Cuando nos fuimos a dormir, sentíamos miedo, pero más que nada yo, porque realmente extrañaba a mi papá y lloraba y lloraba. Deseaba estar de nuevo en casa con mi papá.
La vida cotidiana en la iglesia transcurre mientras Amanda espera alguna buena noticia de su abogado. A Dulce y a Daniela las han inscrito en una nueva escuela cerca de la iglesia, una primaria bilingüe. A ellas les gusta su nueva escuela porque ahí han aprendido a nadar y les dan clases de patinaje. Por la tarde, toman clases de artes en la Escuela de Coro de Washington Heights, un programa de la iglesia donde viven. Ahí aprenden a cantar, a tocar el piano y otros instrumentos, han encontrado nuevos amigos y a ratos logran olvidar sus problemas. Las niñas se han apropiado de la iglesia como si fuera su casa. En el patio trasero brincan la cuerda, juegan futbol y a las escondidillas.
Cada mañana Dulce y Daniela se preparan para ir a la escuela. Han visto pasar las estaciones, el verano se ha ido, está nevando. Amanda les calienta en el horno de microondas unos sándwiches y les prepara un “nesquik”.
—Cuándo vamos a regresar a casa? Extraño mucho desayunar tortillas recién hechas, extraño mucho a los pollitos” —le pregunta Dulce a su mamá.
—Ya los pollitos no están —responde—, los mataron porque hace mucho frío. Además, no sé, estoy esperando que me diga el abogado; ya mandaron los papeles a la corte para pedir asilo. Apúrense para ir a la escuela.
—No quiero, tengo miedo, ¿qué tal que la policía [de migración, ICE] viene por ti, mamá?
—Aquí no pueden entrar, Dulce —le responde.
Dulce y Daniela toman sus mochilas, mientras su mamá las acompaña a la puerta de la iglesia para despedirlas.
Para Dulce y Daniela ha sido un cambio drástico vivir en la iglesia, fuera de su entorno familiar, de su comunidad y amigos. Pero, ¿qué significa para estas niñas, niños y adolescentes vivir como refugiados en una iglesia? ¿Cómo entienden las implicaciones económicas y políticas por las cuales sus padres emigraron a Estados Unidos? ¿Qué es para ellos ser un refugiado?
A menudo, Dulce y Daniela dicen que ellas son refugiadas pero que, a diferencia de su mamá, sí pueden salir de la iglesia sin peligro de ser arrestadas por la “policía”, porque “sí tienen papeles de Estados Unidos y a ellas no las pueden deportar”.
Es común que el sentir de los padres y madres que viven refugiados en estas iglesias se colectivice: los niños sienten la misma angustia que sus padres, saben que algo no está bien. La situación da origen a sentimientos de que ser inmigrante en su país “no es bueno” y “haber cruzado la frontera sin documentos, ilegalmente” es un crimen. Dulce y Daniela saben que por ser ciudadanas tienen “más derechos que sus padres”. Tienen el derecho a “ser libres”..
Cuando no tienes papeles de Estados Unidos es muy peligroso, tienes que esconderte.
Hay algunos casos de niñas y niños que no pueden vivir refugiados en la iglesia junto a su papá o mamá, ya sea porque la iglesia les queda lejos de la escuela o el espacio disponible es muy reducido. Éste es el caso de Kevin, un niño de 10 años que visita todos los fines de semana a su mamá y su hermana, Sofía, de 3 años, en una iglesia en Manhattan, Nueva York. Para Kevin “él no es un refugiado porque sólo vista a su mamá los fines de semana”. Kevin, al igual que Dulce y Daniela, vinculan y entienden el término “refugiado” con el de “protegido”, “estar a salvo”. Saben que en la iglesia sus mamás estarán protegidas y por eso se refugiaron, pues se trata de un espacio que ayuda a las familias migrantes como ellos, porque allí “no puede entrar la migra”.
También entienden que sus padres han venido desde lejos por razones económicas, huyendo de la violencia y la pobreza, superando muchos obstáculos y fronteras. Su madre les ha contado los motivos por los que llegaron a su país. La historia de por qué cruzaron “sin papeles” se vuelve parte de la historia oral y memoria colectiva en el entorno familiar y comunitario de niñas y niños.
—Mi mamá no puede regresar a Guatemala —le dice Dulce a su hermana Daniela— porque es muy peligroso. Por eso ella se vino a Nueva York, para que nosotras naciéramos acá y tuviéramos una vida mejor.
Bryant Moya es un niño de 10 años que vive refugiado en una iglesia con su hermano menor, de 3; su madre, Ingrid Escalada, originaria de Perú, está desde hace dos años en una iglesia en Boulder, Colorado. Al igual que Dulce y Daniela, tuvieron que dejar su casa, escuela, familia y comunidad. Bryant ha vivido en tres diferentes iglesias en Colorado, el caso de su mamá ha sido difícil de reabrir en la corte de migración, ya que tiene una felonía C, por robo de identidad.
—Mi mamá necesita un perdón muy grande para poder salir de la iglesia— explica Bryant.
Su vida en el santuario transcurre entre la escuela, sus clases de piano y el futbol. Todos los días, su mamá se despierta temprano para hacerle el desayuno y lo mira desde la puerta trasera de la iglesia mientras camina a la escuela. A Bryant le gusta mucho la escuela y, sobre todo, las matemáticas. De grande quiere ser ingeniero, para reparar coches y darle una mejor vida a su mamá. En la escuela es callado, tímido e introvertido, no platica mucho con sus compañeros de clase sobre la situación por la que atraviesa su familia, “le duele contarlo”. Y aunque sus compañeros de la escuela le preguntan por qué vive en una iglesia, él no les explica la razón.
—No cuento por qué estoy viviendo aquí [iglesia]; no quiero que mis amigos se sientan tristes por mí nomás por una razón de un presidente y sus reglas.
Lo cierto es que para los niños y sus familias es difícil adaptarse a vivir en una iglesia como refugiado, generalmente los espacios son chicos, improvisados y con poca privacidad.
—Casi nunca estás solito, siempre hay muchas personas y te alteran. No es tan fácil porque, si vives en una iglesia, hay una razón muy difícil que no quieres decir y te duele decir por qué estás viviendo aquí y lo que está pasando en tu familia. Y es algo que no debería de pasar, eso no es correcto —comenta Bryant.
Hay algunos casos de niñas y niños que no pueden vivir refugiados en la iglesia junto a su papá o mamá, ya sea porque la iglesia les queda lejos de la escuela o el espacio disponible es muy reducido. Éste es el caso de Kevin, un niño de 10 años que visita todos los fines de semana a su mamá y su hermana, Sofía, de 3 años, en una iglesia en Manhattan, Nueva York. Para Kevin “él no es un refugiado porque sólo vista a su mamá los fines de semana”. Kevin, al igual que Dulce y Daniela, vinculan y entienden el término “refugiado” con el de “protegido”, “estar a salvo”. Saben que en la iglesia sus mamás estarán protegidas y que por eso se refugiaron, que es un espacio que ayuda a las familias migrantes como ellos, porque allí “no puede entrar la migra”.
También entienden que sus padres han venido desde lejos por razones económicas, huyendo de la violencia y la pobreza, superando muchos obstáculos y fronteras. Su madre les ha contado los motivos por los que llegaron a su país. La historia de por qué cruzaron “sin papeles” se vuelve parte de la historia oral y memoria colectiva en el entorno familiar y comunitario de niñas y niños.
—Mi mamá no puede regresar a Guatemala —le dice Dulce a su hermana Daniela— porque es muy peligroso. Por eso ella se vino a Nueva York, para que nosotras naciéramos acá y tuviéramos una vida mejor.
Bryant Moya es un niño de 10 años que vive refugiado en una iglesia con su hermano menor, de 3; su madre, Ingrid Escalada, originaria de Perú, está desde hace dos años en una iglesia en Boulder, Colorado. Al igual que Dulce y Daniela, tuvieron que dejar su casa, escuela, familia y comunidad. Bryant ha vivido en tres diferentes iglesias en Colorado, el caso de su mamá ha sido difícil de reabrir en la corte de migración, ya que tiene una delito grave C (C felony), por robo de identidad.
—Mi mamá necesita un perdón muy grande para poder salir de la iglesia— explica Bryant.
Su vida en el santuario transcurre entre la escuela, sus clases de piano y el futbol. Todos los días, su mamá se despierta temprano para hacerle el desayuno y lo mira desde la puerta trasera de la iglesia mientras camina a la escuela. A Bryant le gusta mucho la escuela y, sobre todo, las matemáticas. De grande quiere ser ingeniero, para reparar coches y darle una mejor vida a su mamá. En la escuela es callado, tímido e introvertido, no platica mucho con sus compañeros de clase sobre la situación por la que atraviesa su familia, “le duele contarlo”. Y aunque sus compañeros de la escuela le preguntan por qué vive en una iglesia, él no les explica la razón.
—No cuento por qué estoy viviendo aquí [iglesia]; no quiero que mis amigos se sientan tristes por mí nomás por una razón de un presidente y sus reglas.
Lo cierto es que para los niños y sus familias es difícil adaptarse a vivir en una iglesia como refugiado, generalmente los espacios son chicos, improvisados y con poca privacidad.
—Casi nunca estás solito, siempre hay muchas personas y te alteran. No es tan fácil porque, si vives en una iglesia, hay una razón muy difícil que no quieres decir y te duele decir por qué estás viviendo aquí y lo que está pasando en tu familia. Y es algo que no debería de pasar, eso no es correcto —comenta Bryant.
Bryant disfruta mucho pasar tiempo con su hermano Aníbal y enseñarle a jugar videojuegos. Vivir en una iglesia también ha transformado positivamente su forma de pensar. Lo sorprende y lo pone feliz ver la solidaridad de la gente que, sin conocerlos, los apoyan. La congregación de la iglesia Unitarian Universalist Church of Boulder, donde viven, se ha organizado para ayudar a Bryant y a su familia económica y moralmente. Organizaciones como Metro Denver Sanctuary Coalition y SIRC les proporciona apoyo legal; activistas y organizaciones pro migrantes en Colorado los apoyan en diversas campañas con el fin de sumar esfuerzos para que la mamá de Bryant pueda salir de la iglesia sin temor a la deportación. Un grupo de voluntarios llamados DoorKeepers (guardianes de las puertas), vigila la puerta de entrada de la iglesia para tener mayor seguridad de quién visita a la familia y evitar el ingreso de los agentes de migración.
¿Qué consecuencias emocionales y psicosociales tiene vivir con el temor de que tu madre o padre sean deportados? ¿Cómo cambia la percepción lúdica de la infancia?
Para Bryant, su infancia se ha “alterado” desde que su mamá se refugió en la iglesia:
A mi mamá la “encarcelaron” en un centro de detención unos meses cuando era más pequeño, yo estaba muy triste, ahí todo cambió para mí. Siento que me robaron la felicidad que los niños tienen, todo lo que los niños son. Los estás destruyendo al hacer que pierdan a su mamá y a su familia, y eso no es bueno para los niños, porque si les quitas algo, les quitas todo, porque después van a ser tímidos como yo porque no tienen una familia que los hacía felices.
Me siento protegido aquí [en la iglesia] pero no tengo la felicidad que otros niños tienen, soy uno de los niños que no tienen mucha felicidad estando con su familia. Y me siento seguro porque todas las personas nos están protegiendo; aquí viven de todos lados, aquí no importa si es lejos para cuidarnos.
Una noche estaba soñando que perdía a mi mami, que “ICE” la agarraba y después no la veía por el resto de mi vida. Después, cuando me levanté, no quería que pasara eso.
A la pregunta, ¿cómo ha cambiado tu infancia y tu vida desde que vives en la iglesia?, Dulce, Daniela, Bryant, Kevin y otros niños coincidieron en su respuesta: “Ya no soy tan feliz”.
Hay una narrativa y un sentir generalizado que expresan estos niños sobre ya no divertirse de la misma manera que antes de que sus madres se refugiaron en la iglesia. Ahora expresan sentir más miedo y temor y estar más “alertas”.
Para Edwin, un adolescente de 14 años nacido en Colorado, desde que su mamá está peleando para que no la deporten, ha tenido que ponerle pausa a su infancia.
—Desde que mi mamá está bajo peligro de deportación y se refugió en la iglesia, nuestra vida ha cambiado mucho. Hay que andar alerta casi todo el tiempo para ver si hay algo sospechoso, algo diferente. Hay que estar alerta por si está la “Migración”, y debemos saber qué hacer porque nos pueden quitar a mi mamá —dice Edwin.
Aunque estos niños hacen nuevos amigos y reciben regalos de voluntarios y miembros de las congregaciones que se solidarizan con sus familias, se sienten “desplazados”. La infancia como posibilidad de creación, de lo lúdico, del encuentro con lo desconocido y la curiosidad se va transformando y en ocasiones se diluye con los sentimientos más adversos, como la angustia y el miedo. No obstante, hay risas y juegos en las iglesias; estos niños expresan sentirse queridos, amados y apoyados; “la gente” les trae regalos, a ratos sienten felicidad y vuelven a reencontrarse con su mundo de fantasías donde todo es posible.
Aunado a esto, los niños han expresado sentirse tristes de que su madre o padre no pueda salir de las iglesias. Para Bryant, vivir refugiado en la iglesia es “técnicamente vivir como en una cárcel.
Yo puedo salir porque yo nací aquí [Estados Unidos], pero mi mamá no porque ICE la deporta y después no vamos a poder estar juntos como una familia normal.
Las madres de estos niños han expresado que sus hijos experimentan ansiedad y miedo de dejar la iglesia sin ellas.
—Antes no tenían ese miedo como de ir a la escuela, y es que piensan que al regresar ya no van a encontrarme aquí —explica Amanda.
Desde que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos en enero de 2017, cualquier migrante que viva en el país de forma “ilegal” está sujeto a la deportación. Más de 97 000 inmigrantes que viven sin documentos en Estados Unidos fueron detenidos durante los primeros ocho meses de 2017. Durante esta administración ha habido un aumento de 43% en las detenciones con respecto a 2016, según datos de ICE. El resultado es que muchas familias están siendo separadas y obligadas a la deportación, y eso significa que tienen que dejar atrás a sus hijos o convertirse en fugitivos. La decisión radical y desafiante de Amanda de buscar refugio ha llevado esperanza a muchos padres y madres que enfrentan y desafían las leyes de migración.
movimiento santuario
¿Qué es el Movimiento Santuario?
Es una coalición de iglesias, sinagogas y lugares de adoración que dan refugio, apoyo legal y atención mediática a personas deciden refugiarse en sus templos.
¿Cuándo comenzó el movimiento?
El Movimiento Santuario nació en la época de los 80’s en Tucson Arizon cuando el gobierno estadounidense apoyó a gobiernos dictatoriales en Centroamérica pero rechazó asilo político a un grupo de 13 migrantes salvadoreños que corrían riesgo de ser asesinados por un escuadrón de la muerte. Esta acción provocó que decenas de Iglesias y lugares de adoración decidieran albergar migrantes centroamericanos que huían de las guerras civiles.
¿Hay un nuevo movimiento santuario?
El movimiento resurgió en 2007 en el gobierno de George Bush como respuesta a una ley anti-inmigrantes y de nuevo en el gobierno de Obama después de que los hospitales, las escuelas y los lugares de adoración fueran considerados lugares sensibles para la entrada de ICE.
¿Cuántas iglesias santuario existen?
Después de las elecciones del 2016 el número de iglesias santuarios se duplicó de 400 a 800. En enero del 2018 se reportaron 1,100 congregaciones parte del Movimiento Santuario.
¿Qué significa “tomar santuario”?
Personas que cuentan con órdenes de deportación y deciden tomar asilo en iglesias que son parte del Movimiento Santuario.
¿Cuánto dura este proceso?
El proceso de Santuario comienza cuando una persona sin documentos para residir en Estados Unidos es sentenciada por una corte migratoria para retornar a su país y termina cuando la orden de deportación es suspendida sin orden de arresto. Puede durar desde unas semanas hasta años.
¿Cuántas personas en promedio deciden tomar santuario?
En 2017, 37 personas tomaron Santuario y 9 pudieron salir con una especie de indulto.
En 2018 se reportaron 26 ciudades con iglesias Santuario,y hasta este año 36 personas se encuentran refugiadas en santuarios de manera pública; se formaron 40 coaliciones o redes de apoyo.
¿Qué es la criminalización de refugiados?
Las personas que se han refugiado en templos son catalogados por ICE como fugitivos y criminales, por lo que están en riesgo de ser arrestados en cualquier momento.
¿Trump promueve políticas anti-migrantes?
El presidente de Estados Unidos ha firmado varias órdenes ejecutivas relacionadas con la inmigración y ha terminado y limitado la protección que algunos inmigrantes recibían en administraciones pasadas (DACA, TPS).
1, 2, 3 por mi y por toda mi familia
La infancia y su capacidad de decisión y acción política en
Cuando yo era niña, recuerdo que era muy feliz, jugaba mucho en el pueblo de mis abuelos, me trepaba a los árboles, no tenía preocupaciones; se vivía muy a gusto la infancia. Ahora veo cómo mis hijos han crecido, con miedo y temor de que un día su mamá sea deportada, y veo cómo es distinta la infancia cuando vives con miedo
– comenta Jeanette Vizguerra, una madre de familia indocumentada y una de las activistas más prominentes del movimiento de justicia migrante en Estados Unidos, fundadora de la Coalición Santuario en Colorado.
Sus hijos, Luna, de 14 años, Roberto, de 12, y Zury, de 7, se han acostumbrado desde muy pequeños a acompañar a su mamá en su proceso para evitar su deportación.
Jeanette y sus hijos se han refugiado tres veces en distintas iglesias en Denver, Colorado, por riesgo a la deportación. Luna, una adolescente carismática y líder estudiantil en su secundaria, ha aprendido de su madre a hablar sobre las políticas antimigrantes, las deportaciones y el derecho que tiene como ciudadana estadounidense de tener a su familia unida.
Desde que era muy niña ha fungido como portavoz y “representante político” a favor de su madre y su familia, y se siente muy orgullosa de que su mamá haya sido considerada por la revista Time como una de las personas más influyentes en 2017. De su infancia, Luna recuerda cuando acompañaba a su madre a mítines, protestas y a organizar a la comunidad indocumentada en torno a sus derechos laborales y legales.
—Desde niña supe que mis padres no tenían papeles, que no eran como yo, que no gozaban de ese privilegio porque no eran ciudadanos. Yo no soy como otras niñas de mi edad, tuve que madurar pronto, estar alerta, luchar por mi familia —comenta Luna, mientras su hermana Zury, de 7 años, escucha la conversación y agrega:
Mi mamá es una señora luchona y nosotras luchamos junto a ella.
En el refrigerador de la cocina de la casa de Luna hay pegado un papel que dice, en inglés: “Rapid response” (respuesta rápida).
—Ese papel, ¿para qué es, Luna? —le pregunté.
—Son nombres de abogados, activistas y sacerdotes. Los tenemos ahí pegados por si el ICE viene por mi mamá, así podemos hablar con esas personas para movilizar a la comunidad y que se sepa pronto que el ICE está en mi casa. Mi mamá nos ha enseñado desde niños a mi y, mis hermanos a estar alertas y, nos ha entrenado sobre qué hacer en caso de que la detengan los agentes de migración.
Luna y su hermano Roberto, a quien cariñosamente le dicen Gallo, han ido en varias ocasiones junto con Bryant, el hijo mayor de Ingrid Escalada, al capitolio en Washington para participar en protestas y visibilizar “las separaciones familiares y deportaciones”.
—Yo no soy tan activista como mi hermana Luna. Ella sí es una líder hasta en su escuela, lo trae de mi mamá —comenta Gallo—; cuando hemos ido al Washington ha sido para exigirle a este gobierno que no nos separe de nuestras madres, porque nosotros como ciudadanos de este país tenemos ese derecho.
A otros niños, como Edwin, también les han impartido formación sobre derechos de los migrantes y “respuesta rápida”.
—Mi mamá me ha entrenado para saber qué hacer en caso de que ICE entre a mi casa y la arreste. Tenemos una lista de personas a quienes llamar, como la pastora Shana. Por ejemplo, si la migración está afuera de mi casa, no debemos abrir. Yo debo pedirles en inglés que me enseñen una orden de deportación, tomarle una foto y mandarla a la abogada de mi mamá para saber si es real —explica.
La mamá de Edwin, Sandra López, se refugió durante nueve meses en la iglesia Two Rivers Unitarian Universalist, en un pueblo rodeado de montañas en Carbondale, Colorado. Edwin y su familia viven a unos 45 minutos de Carbondale, en Silt. Cuando a su mamá le llegó su orden final de deportación, la congregación de la pastora Shana les ofreció “tomar santuario” en la iglesia.
—Fue muy difícil porque durante ese tiempo que mi mamá vivió en la iglesia. Yo no podría quedarme con ella porque mi escuela queda lejos. No estoy de acuerdo con lo que este gobierno está haciendo con los migrantes como mi mamá. Yo no soy un niño normal como mis amigos de la escuela, que pueden salir sin temor. Yo siempre estoy pensando en mi mamá, si está bien, si ICE no la va arrestar.
Pero conforme se diluye el sentido de la infancia, los niños comienzan a tomar una postura de representantes políticos y portavoces de sus madres o padres indocumentados. Ser bilingües los ayuda a expresarse en público sobre su derecho como ciudadanos estadounidenses a tener a su familia unida. Se han convertido en una masa crítica de este sistema.
En marzo de 2018, Daniel Hernández, de 10 años, escribió un carta a Thomas R. Decker, jefe de la policía migratoria de Nueva York, en la que solicitaba detener la orden de deportación contra su mamá, Aura Hernández, que se había refugiado en la iglesia “Fourth Universalist Society”, en Manhattan. Habló al público ante los medios de comunicación y, aunque no le gustaba mucho hacer eso, sentía que su deber era exigir su derecho de vivir con su familia unida. Desde entonces, Daniel, ha participado en varias conferencias de prensa, protestas y mítines públicos como portavoz de su familia.
Señor Thomas Decker estoy aquí porque quiero que mi madre regrese a casa conmigo y mi familia. Este año mis sentimientos fueron de mucha tristeza porque mi mamá no estuvo conmigo. Me pongo muy triste cuando dejo a mi mamá, si yo estuviera sin mi mamá yo estaría muy triste. Vivir en una iglesia no es muy fácil, a veces tenemos que estar en un cuarto pequeño para no hacer mucho ruido. Tengo miedo, cuando duermo en casa pienso que a mi madre pueden arrestarla, pueden mandarla a Guatemala. También quiero que mi hermana esté conmigo, porque la quiero mucho. En la escuela me distraigo pensando en mi madre.
Carta de Daniel Hernández a Thomas R. Decker
Unos días antes de que se refugiaran en la iglesia y su caso se hiciera público a través de los medios de comunicación, a media clase, Daniel pidió permiso a su profesora para dar un anuncio a sus compañeros:
—Mañana quizá me verán en la televisión apoyando a mi mamá. ICE quiere sacar a mi mamá de este país y yo voy apoyarla.
Y aunque Daniel se ha mantenido como un sólido representante político en contra de la deportación de su mamá, después de que se refugiaron en la iglesia comenzó a experimentar ataques de ansiedad, miedo y mucha angustia.
—Le da miedo hasta ir al baño; no quiere despegarse de mí; tiene miedo de que el ICE venga a buscarnos —comenta su mamá, Aura—. Es difícil para un niño entender este proceso, al final son niños, él no tendría por qué estar dando la cara por mí.
En un simposio celebrado en la Tabernacle Synagogue, en Washington Heights, sobre migración santuario y deportaciones, Daniel, Dulce y Daniela asistieron para hablar ante una audiencia de al menos 150 personas sobre la situación que atraviesan sus familias.
Dulce y Daniela tomaron el micrófono mientras sostenían unas pancartas que decían “Stop separating families” y, con voz tierna y tímida, hacían hincapié en la necesidad de regresar juntas a casa con su mamá y que su mamá “pudiera salir del santuario” sin temor a la deportación.
El Día de las Madres, el 10 de mayo, Aura y su hijo Daniel organizaron una marcha junto a líderes religiosos, activistas y miembros de la sociedad civil en contra de la separación familiar y de las madres que vivían refugiadas en la iglesia. Daniel, sus primos y otros niños de la comunidad lideraban la marcha gritando las consignas: “Ningún ser humano es ilegal” y “no separes a las familias”.
Austin sanctuary network
Austin
New sanctuary coalition
Nueva York
New Sanctuary Coalition está dirigida por y para inmigrantes para detener el inhumano sistema de deportaciones y detenciones en los EE. UU.
Iowa sanctuary movement
Iowa
Movimiento del santuario de Iowa: un llamado a la acción moral, incluido el santuario, por las casas de culto de Iowa
Lo cierto es que con la experiencia de vivir refugiado en iglesia y acompañar a su madre o padre en el proceso contra la deportación, estos niños se politizan y adquieren un sinfín de saberes y conocimientos sobre aspectos legales y el movimiento de justicia social.
Al mismo tiempo, otras niñas, niños y adolescentes han decidido alzar la voz en contra de las políticas antiinmigrantes. Algunos tienen padres indocumentados, otros son indocumentados o han crecido en una familia donde alguno de sus padres ha sido deportado. ¿De qué manera esta cultura y las políticas antiinmigrantes han afectado psicosocialmente en la etapa de desarrollo emocional y el comportamiento de los niños y adolescentes que viven refugiados en un santuario? ¿Cómo se han desnaturalizado los espacios y conocimientos socialmente asignados a los niños debido a que, durante el periodo de la infancia, deben entender conceptos legales y procesos políticos tales como las consecuencias que tiene que tu madre o padre sea “ilegal”? ¿Cómo redefinen y se apropian de conceptos como “deportación”, “encarcelamiento”, “refugio”, “fugitivo”, “ciudadano”, “migración”, “frontera”, “asilo”, etcétera?
Por otro lado, las madres y los padres indocumentados comenzaron a establecer una serie de planes y medidas de respuesta rápida como consecuencia de esta política y cultura antiinmigrante bajo la administración del presidente Donald Trump, y con el aumento en los arrestos y deportaciones contra migrantes a lo largo del país. En estas respuestas, otorgan el poder de custodia de sus hijos e hijas a un familiar, a un compadre o amigo en caso de deportación.
A medida que aumenta la detención y deportación de inmigrantes en Estados Unidos, muchos inmigrantes indocumentados prefieren seguir viviendo en el anonimato para evitar ser detectados. Otros son detenidos y sometidos a procesos deshumanizantes y el resultado es la detección y separación de las familias y comunidades antes que la deportación. A su vez, otros inmigrantes deciden visibilizar sus casos de deportación y luchan por el derecho a permanecer en Estados Unidos mientras públicamente “toman santuario”, protegidos por una iglesia o una congregación de fe.
Bajo la administración del presidente Donald Trump, el discurso antiinmigrante y xenófobo se ha exacerbado en Estados Unidos, poniendo énfasis en la criminalización de la migración. Este clima político actual ha tenido fuerte impacto en la manera en que se vive y percibe la infancia, no sólo de los niños refugiados en iglesias santuario, también entre niños con padres migrantes indocumentados y niños migrantes que fueron separados de sus padres al cruzar la frontera.
Santuarios en números
Santuarios en Estados Unidos
Ciudades con santuarios
Redes de Solidaridad
Por qué es relevante
En un mundo en crisis constante, causada por conflictos políticos, económicos y ambientales, la migración de personas y comunidades enteras son una realidad presente. La tendencia de parte de los gobiernos es cerrar fronteras, construir muros, discriminar y criminalizar, separarnos entre las personas.
La gravedad de la circunstancia no es un juego, pero las niñas y los niños que tienen que enfrentar esta desigualdad estructural no están solos.
El movimiento santuario es una luz en medio de la oscuridad. Demuestra que es posible crear espacios de solidaridad que rompen con la lógica del miedo y la separación. Demuestra que la solución al discurso de odio, es la organización y la empatía entre las personas, sin importar origen, color de piel o clase social.
Cuál es la situación
El discurso de odio y la xenofobia van a la alza, promovidos por políticos irresponsables y reproducidos por los medios masivos de comunicación. Esto se traduce en la construcción de una narrativa de separación y la construcción de la imagen del migrante como peligro.
Esto justifica políticas racistas y excluyentes que repercuten directamente en la vida de millones de familias.
cómo puedes apoyar
La solidaridad es parte de nuestra humanidad y no de un discurso institucional, recupérala. No esperes que la solución venga de parte de los gobiernos porque es posible que nunca llegue.
Escucha con atención la voz de estas niñas y niños que nos están convocando a crear mundos más justos. Conéctate con aquellas personas que están construyendo estos espacios seguros llamados Santuarios.